24 de septiembre de 2015

La Realidad y e Deseo


¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.

Mira a través de esta pared de hielo
ir esa sombra hacia la lejanía
sin el nimbo radiante del deseo.



Semanas antes del estallido de la guerra civil, entraba en la historia de la cultura española uno de los libros fundamentales de poesía de nuestro idioma en el siglo XX. En la primavera de 1936, Luis Cernuda reunía sus versos en la primera entrega de «La realidad y el deseo», título bajo el que irían juntándose los poemas escritos hasta la definitiva edición publicada un año antes de su muerte en México, en 1963. En su soberbio ensayo «La palabra edificante», Octavio Paz alabó esta voluntad de integrar el conjunto de la obra lírica en una labor de crecimiento orgánico, que iba dando cauce a aquel impulso de la inteligencia poética para entender y relatar el mundo. Otros autores, singularmente Jorge Guillén, habían concebido de esta misma manera la tarea de escribir, y las sucesivas «Antolojías» de Juan Ramón Jiménez tenían un propósito parecido de integración, que escapaba a la idea de cerrar con cada libro una etapa independiente del quehacer literario.


Que Ruido tan triste

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, 
parece como el viento que se mece en otoño 
sobre adolescentes mutilados, 
mientras las manos llueven, 
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, 
cataratas de manos que fueron un día 
flores en el jardín de un diminuto bolsillo. 

Las flores son arena y los niños son hojas, 
y su leve ruido es amable al oído 
cuando ríen, cuando aman, cuando besan, 
cuando besan el fondo 
de un hombre joven y cansado 
porque antaño soñó mucho día y noche. 

Mas los niños no saben, 
ni tampoco las manos llueven como dicen; 
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños, 
invoca los bolsillos que abandonan arena, 
arena de las flores, 
para que un día decoren su semblante de muerto.



Sin embargo, en el caso de Cernuda existe algo que ha permitido que su labor haya ejercido tanta influencia en las generaciones poéticas de la larga posguerra española. De sus manos brotó ese arriesgado compromiso lírico que fue llamado «poesía de la experiencia» por quienes trataron de emularle. La labor de crítico, de traductor y profesor a que se dedicó Cernuda permite subrayar un objetivo deliberado de construir no solo un estilo propio, sino una idea misma de lo que debe ser el lenguaje poético. Los cambios en su tono, en la selección de su vocabulario o en sus preferencias métricas, corresponden a un duro proceso de depuración. Cernuda afirmaría que su exilio y el contacto con la poesía inglesa le habían librado de lo que, para él, eran los peores defectos de la lírica española: el patetismo y la grandilocuencia. Pero en esa consideración despechada se encierra lo que hizo más grande a Cernuda: la capacidad de integrar el lenguaje poético español en una corriente que alcanzaría relevancia en la segunda mitad del siglo XX.

La poesía de la experiencia no es un relato de lo cotidiano sin exigencia lírica alguna, sino todo lo contrario. Responde al esfuerzo por objetivar las emociones mediante el lenguaje poético, haciendo que lo vivido, lo sentido, lo pensado por el autor sea comunicable en el circuito exclusivo de sus versos. La experiencia no es la anécdota del autor; es el poema que edifica líricamente esa circunstancia.


Si en la lírica de Juan Ramón o Guillén el riesgo se encuentra en una deshumanización del material poético; si en Lorca el peligro se halla en un despliegue excesivo de imágenes autocomplacientes; si en Eliotacecha siempre el discurso de una orgullosa solemnidad, que todos estos genios supieron evitar jugándose el alma en cada verso, en la poesía de la experiencia puede alentar el fantasma de la banalidad y el prosaísmo. Pero el talento de Cernuda radica en haber proporcionado a la lírica española un lenguaje cuya sobriedad nunca supuso la pérdida de su esencia poética.

Orillas del amor

Como una vela sobre el mar
resume ese azulado afán que se levanta
hasta las estrellas futuras,
hecho escala de olas
por donde pies divinos descienden al abismo,
también tu forma misma,
ángel, demonio, sueño de un amor soñado,
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba
hasta las nubes sus olas melancólicas.

Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,
yo, el más enamorado,
en las orillas del amor,
sin que una luz me vea
definitivamente muerto o vivo,
contemplo sus olas y quisiera anegarme,
deseando perdidamente
descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

Un mundo cerrado

En vísperas de la guerra civil, «La realidad y el deseo» parecía escapar a la dolorosa relación entre un Cernuda angustiado por sus opciones afectivas y un mundo cerrado a comprenderlas, para adquirir el rango de una cuestión más general. ¿No podemos considerar que la historia de aquella España, lanzada a descubrir su propia sustancia y su vigorosa voluntad en el periodo de entreguerras europeo, fue la terrible crónica de un enfrentamiento sin solución, entre el deseo voraz de construir una nación moderna y la realidad turbadora de la intolerancia, el atraso y las utopías violentas? Luis Cernuda era consciente de que la suya no era una queja personal, una aflicción íntima sino la expresión de un patriotismo que, en aras del amor a España, rechazaba todo aquello que implicara frustrar sus sueños de libertad.
La primera edición de «La realidad y el deseo» aún no había alcanzado la magnífica entonación de un canto de exiliado al fuego de la España posible y apagada, en cuyas cenizas se mezclaban las esperanzas de todos los ciudadanos que forjaron la idea de nación desde el inicio mismo de la guerra de la Independencia. Pero se encontraban algunos de los versos más conmovedores de un autor que dejó pronto atrás la frialdad de la «poesía pura», para adentrarse en el compromiso de una literatura humanizada. En tres de sus secciones,«Invocaciones», «Los placeres prohibidos» y «Donde habite el olvido», Cernuda llamó al encuentro de los hombres a través del amor y el culto a la belleza. Y esa belleza no era solo referencia estética, sino valor emocional, apuesta por la integración de todos en la acogedora brillantez de la bondad. Todas las fases de desengaño, de llamada al olvido, fueron superadas siempre por la insaciable búsqueda del otro, del cuerpo, de la persona en la que cada uno de nosotros averigua su propia trascendencia: «Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío».

Soledad y desencuentro

La denuncia de la soledad y el desencuentro nos parece hoy una inmensa metáfora de la quiebra de una convivencia esencial, la ruptura de una esperanza de conciliación. Esa metáfora habría de hacerse muy firme en el Cernuda que salió de España en 1937 para no regresar jamás. Pero se encontraba latente en aquellos versos tensos y desapacibles, exigentes de amor y rebeldes ante la ausencia de fraternidad entre los hombres. Los hombres hacia los que tendía sus palabras, hacia los que enviaba «un cuerpo interrogante» para captar «una mirada al azar, un roce al paso» que bastaban para que «el cuerpo se abra en dos», ávido de vivir junto a quien pudiera comprender esa inmensa necesidad de amor, natural a la condición humana, y a la que los españoles dimos la espalda al unísono pocas semanas después de que aquel formidable escritor presentara en Madrid una obra maestra.

Fuente: ABC.com  FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR 

20 de septiembre de 2015

La Biblia en La Literatura Universal

“El lenguaje bíblico es como la sedimentación
de grandes literaturas”: Pitol.
Todas las artes han sido influidas por el gran libro.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

Me gusta remojar la palabra divina, amasarla de nuevo, ablandarla con el vaho de mi aliento, humedecer con mi saliva y con mi sangre el polvo seco de los libros sagrados y volver a hacer marchar los versículos quietos y paralíticos con el ritmo de mi corazón. […] El poeta al volver a la Biblia, no hace más que regresar a su antigua palabra porque ¿qué es la Biblia más que una Gran Antología Poética hecha por el Viento y donde todo poeta legítimo se encuentra?
León Felipe, “¿Qué es la Biblia?”
Jorge Luis Borges escribió sobre la extraordinaria riqueza y diversidad de los documentos reunidos en la Biblia que hacen justicia al significado original de esa palabra:
¡Qué idea excepcional, la de reunir textos de distintos autores y distintas épocas y atribuirlos a un autor único, el Espíritu! ¿No es maravilloso? Es decir, obras tan dispares como el Libro de Job, el Cantar de los Cantares, el Eclesiastés, el Libro de los Reyes, los Evangelios y el Génesis: atribuirlos todos a un solo autor invisible. Los judíos tuvieron una magnífica idea. Es como si alguien pretendiera conjuntar en un solo tomo las obras de Emerson, Carlyle, Melville, Henry James, Chaucer y Shakespeare, y declarar que todo proviene del mismo autor.
Borges llevaba la Biblia “en la sangre” y prueba de ello son las alusiones y los prólogos a las traducciones de Job y del Cantar de los Cantares, de Fray Luis de León. En otro momento resumió: “La Biblia, más que un libro, es una literatura.” Asomarse a su influencia permite verificar la manera en que estos textos sagrados han contribuido a modelar el pensamiento, las creencias y las mentalidades. George Steiner ha delineado el impacto de ese texto sagrado en la civilización occidental:
En Occidente, pero también en otras partes del planeta donde el “Buen Libro” ha sido introducido, la Biblia determina, en buena medida, nuestra identidad histórica y social. Proporciona a la conciencia los instrumentos, a menudo implícitos, para la remembranza y la cita. Hasta la época moderna, estos instrumentos estaban tan profundamente grabados en nuestra mentalidad, incluso –tal vez especialmente– entre gentes no alfabetizadas o pre-alfabetizadas, que la referencia bíblica hacía las veces de autoreferencia, de pasaporte en el viaje hacia el ser interior de la persona.
Y constata: “Parece evidente que la Santa Biblia […] es el acto lingüístico más publicado y difundido sobre la faz de la tierra.” Una manera superficial de abordar tal influencia sería observar cómo los textos que la conforman, especialmente el Antiguo Testamento, son la base de nuevas historias, como sucede con José y sus hermanos (1933-1943) de Thomas Mann.
El crítico y religioso Northrop Frye afirmó que el conocimiento de la Biblia es fundamental para moverse en medio de las producciones literarias: “Para mí la Biblia es el corpus de palabras mediante el cual puedo ver el mundo como un cosmos, como un orden, y en el que puedo ver la naturaleza humana como algo redimible, como algo con derecho a sobrevivir. Para la cultura occidental es el libro total, que lo abarca todo.” Para él, la Biblia es el conjunto paradigmático de textos que contiene en sí todos los símbolos y por ello es, en palabras del poeta William Blake, el “gran código” de la humanidad.
Harold Bloom ha señalado que los autores bíblicos no tendrían mucho que envidiar a los grandes escritores de la literatura universal y que quien se acerca a ellos entra en contacto directo con un océano interminable: “Necesitamos una aprehensión estética de la Biblia, ya sea la hebrea, el Nuevo Testamento… Es gran literatura. […] Lo que caracteriza a Occidente es esa incómoda sensación de que su saber va por un lado y su vida espiritual por otro. No podemos dejar de pensar que somos griegos y, no obstante, nuestra moralidad y religión –exterior e interior– encuentran su origen último en la Biblia hebrea.”

El libro ubicuo
Job es un magnífico ejemplo de los desdoblamientos culturales que la recorren de principio a fin y que han contribuido a moldear el gusto y la imaginación. Fray Luis, Cervantes y Quevedo experimentaron su influjo. En El rey Lear reaparecen los toques jobianos. Ya en la modernidad más cercana, Job dejó de ser el mártir sufrido y paciente del Medievo y se prestó más atención al tema de la teodicea que al personaje.
En el romanticismo, muchos autores afrontaron esa gran figura: Heine, Victor Hugo, Dostoievsky y Byron, entre muchos otros. Y en el siglo XX, Hesse, Canetti, Beckett, Brecht, Chesterton, Nelly Sachs, Martin Buber y Elie Wiesel, sin olvidar, en otros campos, a Jung, Joseph Roth y, más recientemente, René Girard y Antonio Negri. En las artes plásticas no se puede ignorar a Marc Chagall. María Zambrano también fue seducida por este libro y escribió líneas iluminadoras en El hombre y lo divino (1955) y La confesión: género literario (1995).
Desde México, el filósofo transterrado Ramón Xirau también ha abrevado en la experiencia de Job, y Octavio Paz se refirió a él en 1977 al recibir el Premio Jerusalén:
Los sufrimientos de Job pueden verse como una ilustración del poder de Dios y de la obediencia del justo. Ése es el punto de vista divino pero el de Job es otro; aunque está “vestido de llagas” –como dice, admirablemente, la versión castellana de Cipriano de Valera– persiste en sostener su inocencia. Cierto, se inclina ante la voluntad divina y admite su miseria; al mismo tiempo confiesa que encuentra incomprensible el castigo que padece. “Diré a Dios: no me condenes, hazme entender por qué pleiteas conmigo”. (X, 2). […] El verdadero misterio no está en la omnipotencia divina sino en la libertad humana.
A partir de la Reforma Protestante se abrió la caja de Pandora de la libre lectura y se impusieron nuevas prácticas de lectura. Así lo esbozó Carlos Monsiváis: “La única cultura ‘superior’ de las masas, precisa [Antonio] Alatorre, es la religión, y de allí la enorme influencia de esa producción de letrados en el desarrollo de nuestra lengua, de manera similar a la influencia de la versión de la Biblia de King James en los países anglosajones […] y a la enorme presencia de la versión de la Biblia hecha por Lutero en el desarrollo del idioma alemán.” En ese contexto, cita directamente a Alatorre: “La lectura de la Biblia quedó prohibida en el Imperio español desde el siglo XVI. Si hubiera sido ‘autorizada’ la hermosa traducción de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, protestantes españoles del siglo XVI, la historia de nuestra lengua sería sin duda distinta de lo que es.”
Para el heterodoxo Monsiváis no existió discontinuidad entre la memorización y la proyección de todo lo bíblico en el resto de la cultura, incluyendo las obras piadosas. Como se aprecia en toda su obra, su lenguaje transformó los textos bíblicos en ejercicios incesantes de intertextualidad: “La Biblia es un libro de registros variados, de énfasis comunitario e individual (Proverbios o Job), de intensidades y matices. En nuestra cultura es el clásico de clásicos, y eso beneficia a todos los que escriben.” Sergio Pitol definió así la impronta bíblica:
El lenguaje bíblico es como la sedimentación de grandes literaturas. Yo me explico la gran literatura norteamericana del siglo XIX, ese surgimiento del nivel del suelo a los niveles más altos, debido a que, para los protestantes, la Biblia era un libro de lectura diaria. […] Leo la traducción de Casiodoro de Reina […] Es un texto que la Inquisición consideró como heterodoxo [...] Es la tradicional que comencé a leer y sigo leyendo: es en donde el lenguaje me parece prodigioso.
José Emilio Pacheco adaptó el Cantar de los Cantares fiel a su horizonte y contenido. Félix de Azúa también se ha referido a la Biblia como “la madre de la literatura”: “Suele decirse que la moderna literatura europea nace a finales del Renacimiento y su impulso decisivo es la Biblia en sus traducciones a lenguas vernáculas. Adaptar el gran estilo bíblico a una expresión comprensible en lengua llana fue una tarea monumental.” También lamentó que la versión citada no circulara en España lo suficiente y calificó así la obra mayor de Cervantes: “Una Biblia para un país sin Biblia.”
¿Cómo no referirse a la audaz comparación entre Homero y el Génesis que practica Erich Auerbach en Mímesis (1942)? Al cotejar el episodio de la cicatriz de Ulises en la Odisea y el intento de sacrificio de Isaac (Gn 32) se sumerge en ambas tradiciones y encuentra que la bíblica se sostiene con un valor propio. Podría establecerse una teoría de la lectura basada en postulados o metáforas bíblicos, como el que inició Ezequiel y continuó el vidente del Apocalipsis: “comer” o “devorar” el libro es la disposición que se espera de todo aquel que se acerca a las Sagradas Escrituras. La apropiación de la Biblia reproduce esta metáfora como un proceso cotidiano que funda y desarrolla una “cultura de la lectura” propia de comunidades creyentes o no creyentes. Así, como lo planteó Paul Ricoeur, “el sujeto aparece constituido a la vez como lector y como escritor de su propia vida” (Tiempo y narración. III, 1985). Al considerar una muestra de lectura piadosa clásica como El progreso del peregrino (1678), de John Bunyan, derivada también de una interpretación alegórica de los textos bíblicos, se ha descrito el proceso mediante el cual el principio protestante del libre examen de las Escrituras tuvo como consecuencia literaria la transformación de los cristianos en lectores.

El Gran Código
Algunos postulados de la Reforma alcanzaron una nueva proyección, a la hora de replantearse el contacto de los creyentes con los textos sagrados a través de la mediación cultural del libro: “La afirmación del sacerdocio universal […] resulta, incluso, más sencilla de comprender si la interpretamos […] como un imperativo más asequible que ordenaría a todos los creyentes, cuyo deber era ser sacerdotes, que aprendieran a leer.”
Olivier Millet y Philippe de Robert practicaron en Cultura bíblica (2001) otro abordaje de la influencia cultural y artística de los textos sagrados partiendo de los énfasis literarios. Para ello, hacen desfilar una larga lista de nombres y obras. Afirman que este Gran Código “ha alimentado y sigue alimentando toda manifestación artística y, por ende, literaria, de la civilización occidental”. Su revisión de las épocas los conduce a observar: “La utilización de motivos bíblicos rara vez se llevó a cabo sin la incorporación de cierta carga de sentimiento religioso, al no abandonarse del todo el simbolismo.”
La iconografía derivada de las historias y relatos bíblicos ha producido muchas obras que se han instalado en el imaginario colectivo durante siglos. Así ha sucedido, por ejemplo, con las imágenes del Buen Pastor o de la Santa Cena, de Leonardo Da Vinci que, ligadas a aspectos litúrgicos, forman parte de la tradición eclesiástica. La escultura también ha sido un arte influido por la Biblia: el caso de Miguel Ángel es el más visible. Rembrandt y Chagall, sin duda, son dos de los mayores “traductores” del mensaje bíblico a la pintura. Parte de la obra de Chagall, dedicada a ciclos enteros de las Escrituras, es testimonio dinámico de su profunda lectura: La Biblia (1956), Dibujos para la Biblia (1960) y los grabados de los Salmos de David (1979). En la música, pueden mencionarse los grandes oratorios y cantatas de Bach, Händel, Palestrina, Haydn y Mendelssohn (su Elías, de 1846, es majestuoso). Los salmos musicalizados por Leonard Bernstein (1965) y otras obras de Sergio Cárdenas, desde México, son otros buenos ejemplos.
El texto griego de i Corintios 13 (Canción por la unificación de Europa), en manos del polaco Zbigniew Preisner, es sin duda una gran aportación a la banda sonora de Azul (1993), de su coterráneo Krzysztof Kieslowski. El cine también ha recogido un sinnúmero de referencias bíblicas: Los diez mandamientos (1956), de Cecil B. DeMille, marcó toda una época. Sobre la pasión de Jesús la lista es enorme, pero los resultados son sumamente desiguales. Entre decenas de autores, destaca Pier Paolo Pasolini, gran intérprete del Evangelio de Mateo (1964).

William Blake, La ira de Eliú, 1805 de la serie de ilustraciones realizadas para El libro de Job. © Dominio público.
Fuente: www.wikiwand.com
Fuente del articulo: Suplemento Jornada Semanal, Mexico

17 de septiembre de 2015

Hagamos un trato



Te cambio mi camisa
por tu espalda de nubes.

Te cambio mis dos ojos
por tus senos despiertos.

Te cambio mi sombrero
por tu cabeza ardiente.

Te cambio mi sendero
por tus piernas sin rumbo.

Te cambio mi silencio
por tu voz que es un mundo.

Cambio todos mis libros
por tu cerebro inquieto.

Te cambio tu misterio
por mi publico anhelo.


®  Francisco Henriquez Rosa

16 de septiembre de 2015

Imagen del Silencio






Me quedé mirándola fijamente
en blanco y negro
buscando en el brillo
de sus ojos
el deseo perdido.

Ni siquiera parpadeaba
al mirarla
porque me miraba también
buscando en mi
la realidad de una vida
que no se acaba.

Miraba su boca
su nariz
y hasta su frente
y todo el rostro
maravillado
por el misterio.

Yo, parpadeaba
de tanto mirarla
ella, no.

Yo sonreía, mirándola
de arriba a bajo,
desde el cuello
hasta la última brisa
de su pelo negro,
y ella, ni siquiera
una mueca de vida,
sólo, una sombra de silencio.

Así, me quedé dormido,
mirándola
y desperté con ella
en mi mano izquierda
con mi pulgar
acariciando la foto.


® Francisco Henriquez Rosa


14 de septiembre de 2015

La Mueca de tu voz




Ese ronquido inquieto en tu sonrisa
dulce sonido en tu saliva
enriqueciendo cada beso
con la bulla del alma.

Suena tu voz
como campana ardiente
sonando y soñando
laberintos de amores.

La mueca de tu voz
o la alfombra azul
que dibuja tu lengua
con el sonido ardiente
del deseo.

La sonrisa que cabalga
al compás de las golondrinas
de un Becquer Enamorado
que dibuja to voz.

Tu voz que aletea
como pez convertido
en paloma.

Tu voz que murmura
el sonido ardiente
de unos labios volcanes.

La mueca de tu voz
pantalla gigante de placeres
donde diente y lengua
son los mejores amigos
del beso clandestino.



® Francisco Henriquez Rosa

13 de septiembre de 2015

Poesía Dominicana



EL VIENTO FRÍO


Debo saludar la tarde desde lo alto,
poner mis palabras del lado de la vida
y confundirme con los hombres
por calles en donde empieza a caer la noche.

Debo buscar la sonrisa de mis camaradas
y tocar en el hombro a una mujer
que lee revistas mordiendo un cigarrillo;
ya no es hora de contar sordas historias
episodios de irremediable llanto,
todo perdido, terminado.

Ahora estamos frente a otro tiempo
del que no podemos salir hacia atrás,
estamos frente a las voces y las risas,
alguien alza en sus brazos a un niño,
otros hay que destapan botellas
o buscan entretenidamente alguna dirección,
una calle, una casa pintada de verde
con balcones hacia el mar...

Debo buscar a los demás,
a la muchacha que cruza la ciudad
con extraños perfumes en los labios,
al hombre que hace vasijas de metal,
a los que van amargamente alegre a las fiestas.

Debo saludar a los camaradas indiferentes
y a los que viajan hacia otra parte del mundo,
porque todo ha cambiado de repente
y se ha extinguido la pequeña llama
que un instante nos azotó,
quemó las manos de alguien, el cabello,
la cabeza de alguien.

Ahora se acaban aquellas palabras,
se harán ceniza del corazón,
se quedarán para uno mismo...

Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa,
la muchacha vistiéndose en un edificio cercano,
el viento frío que acerca su hocico suave
a las paredes,
que toca la nariz, que entra en nosotros
y sigue lentamente por la calle,
por toda la ciudad...


René Del Risco Bermúdez

Del Risco nació en 1936 en Macorís del mar, tierra de peloteros y poetas, y en la práctica soñó con ser ambas cosas. La pelota, como deporte, se respiraba en el aire: la poesía la llevaba en la sangre, siendo  nieto de Federico Bermúdez, el notable cantor de Los humildes. Hoy se sabe que descolló como animador, publicista, narrador y poeta, aunque no como pelotero. Eso sí, fue fanático irreductible de los Tigres del Licey.

La noche del 20 de diciembre de 1972, René del Risco Bermúdez  acudió a una cita con el destino en la avenida George Washington –el malecón de la ciudad capital. Era una cita al parecer ineludible, a juzgar por las veces que había sido presentida: una cita con la muerte prematura, muerte a destiempo junto al mar que el poeta amaba.

9 de septiembre de 2015

Ecuador en La Poesía




HOMBRE DE CUALQUIER TIERRA


Hombre de cualquier tierra o meridiano
yo te ofrezco la mano
te doy en ella el sol americano.

Te doy la brava pluma
del cóndor, la candela ágil del puma:
selva y montaña en suma.

Te doy la geografía
vasta y azul del día
concentrado en el fruto de ambrosía.

Te doy nuevo tesoro:
el pimiento y el toro
y la cúpula de oro.

Te doy volcán y rosa,
la clave de esa gente misteriosa
que en vasijas reposa.

Mi mano es de alfarero
solar, de navegante, misionero
y libre guerrillero.

Mano de constructor de un Continente
mano de techo y puente
y alfabeto de amor para la gente.

El sol americano
te lo entrego en mi mano,
hombre mundial, hermano.



JORGE CARRERA ANDRADE 
(Quito, 1903-1978)


8 de septiembre de 2015

Cesar Vallejo, poeta del Perú




BORDAS DE HIELO


Vengo a verte pasar todos los días, 
vaporcito encantado siempre lejos... 


¡Tus ojos son dos rubios capitanes; 
tu labio es un brevísimo pañuelo 
rojo que ondea en un adiós de sangre!

Vengo a verte pasar; hasta que un día, 
embriagada de tiempo y de crueldad, 
vaporcito encantado siempre lejos, 
¡la estrella de la tarde partirá!


Las jarcias; vientos que traicionan; vientos 
¡de mujer que pasó! 
Tus fríos capitanes darán orden; 
¡y quien habrá partido seré yo...!


Cesar Vallejo.

Nació el 16 de marzo de 1892 en la ciudad andina de Santiago de Chuco del norte del Perú.   falleció en París el 15 de abril de 1938. 


7 de septiembre de 2015

Otto René Castillo, Poeta de Guatemala





Arte Poetica 

Hermosa encuentra la vida 
quien la construye hermosa. 

Por eso amo en tí 
lo que tú amas en mí: 
La lucha por la construcción 
hermosa de nuestro planeta. 


Distante de tu rostro. 

Pequeña patria mía, dulce tormenta, 
un litoral de amor elevan mis pupilas 
y la garganta se me llena de silvestre alegría 
cuando digo patria, obrero, golondrina. 
Es que tengo mil años de amanecer agonizando 
y acostarme cadáver sobre tu nombre inmenso, 
flotante sobre todos los alientos libertarios, 
Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina. 
Ay, Guatemala, cuando digo tu nombre retorno a la vida. 
Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa. 


Otto René Castillo (1936-1967) Poeta guatemalteco, nació en la ciudad de Quetzaltenango en 1937 y fallecido en 1967, cuando participaba con los grupos insurgentes que se alzaron en armas en los años 60. Es uno de los principales poetas guatemaltecos de las promociones surgidas después de 1944. A partir de 1955 inicia estudios de letras en Leipzig. Hay dos poemarios suyos: "Vamos patria a caminar" (1965) e "Informe de Una Injusticia" (1975). "Otto René Castillo (1936-1967), poeta guerrillero capturado en la Sierra de las Minas con Nora Paiz, su amor, también combatiente, y quemados vivos el 17 de marzo de 1967, durante el gobierno de Méndez Montenegro. De aquel combate según se cuenta sólo salvó la vida el legendario Pablo Monsanto. Vivió 31 años. Dio a su pueblo su canto y su vida. ¿Qué más puede dar un poeta?" Luis Cardoza y Aragón 

6 de septiembre de 2015

Aguas

Gaviotas en mi orilla,
eternas y constantes son.
Velo de imágenes 
que empaña el horizonte.

Brindis del tormento,
refrigerio de angustias.


Longevas del alma, 
que licuando un porqué; 
hidrolizan enterezas.

Cascada que al mojar los labios,
saliniza entre quejidos 

el sonido de un nombre...
Aguas del recuerdo son.

Es un poeta cotidiano y rebelde que mezcla la rutina con el caos.
Su poesía puede ser revolucionaria en el sentido lingüístico de la palabra
o puede ser experimental ante los cambios climáticos de la aventura intelectual.
Es un poeta que canta y casi nunca llora.


® Carlos Tavarez Pereyra 
Poeta y "bohemio" dominicano

5 de septiembre de 2015

Poetas de Chile



ÚLTIMO BRINDIS
Lo queramos o no
sólo tenemos tres alternativas:
el ayer, el presente y el mañana.
Y ni siquiera tres
porque como dice el filósofo
el ayer es ayer
nos pertenece sólo en el recuerdo:
a la rosa que ya se deshojó
no se le puede sacar otro pétalo.
Las cartas por jugar
son solamente dos:
el presente y el día de mañana.
Y ni siquiera dos
porque es un hecho bien establecido
que el presente no existe
sino en la medida en que se hace pasado
y ya pasó…
como la juventud.
En resumidas cuentas
sólo nos va quedando el mañana:
yo levanto mi copa
por ese día que no llega nunca
pero que es lo único
de lo que realmente disponemos.
Nicanor Parra
(Chillán, 1914) Poeta chileno que, junto con Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro, está considerado uno de los grandes de la poesía de su país, y una de las mayores voces de la lírica latinoamericana.

4 de septiembre de 2015

Poesía de Chile

Gabriela Mistral
Los sonetos de la muerte


I

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!

II

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!
Sólo entonces sabrás el por qué no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

III

Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...
Y yo dije al Señor: -"Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor"
Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!



I am not alone

The night, it is deserted
from the mountains to the sea.
But I, the one who rocks you,
I am not alone!

The sky, it is deserted
for the moon falls to the sea.
But I, the one who holds you,
I am not alone !

The world, it is deserted.
All flesh is sad you see.
But I, the one who hugs you,
I am not alone! 
Gabriela Mistral fue una de las poetas más notables de la literatura chilena e hispanoamericana. Se le considera una de las principales referentes de la poesía femenina universal y por su obra obtuvo en 1945 el primer Premio Nobel de Literatura para un autor latinoamericano.
Nació el 7 de Abril de 1889 en Vicuña, ciudad nortina situada en el cálido Valle del Elqui, "entre treinta cerros" como ella misma gustaba de recordar. Fue bautizada como Lucila de María Godoy Alcayaga, según consta en los registros parroquiales de su ciudad natal. Su familia era de origen modesto. Sus padres fueron un profesor, Juan Jerónimo Godoy Villanueva, y una modista, Petronila Alcayaga Rojas.

Gabriela Mistral was the pseudonym of Lucila Godoy Alcayaga, a Chilean poet, educator, diplomat, and feminist who was the first Latin American to win the Nobel Prize in Literature, in 1945. Born in Vicuña, Chile, April 7, 1889.  Some central themes in her poems are nature, betrayal, love, a mother's love, sorrow and recovery, travel, and Latin American identity as formed from a mixture of Native American and European influences. Her portrait also appears on the 5,000 Chilean peso bank note. Mistral herself was of Basque and Aymara descent. 

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