Un periodista de origen dominicano dijo lo siguiente: "Si de algo debe servirnos el haber tenido Paraguay como invitado de honor de la Feria del Libro de Santo Domingo, sería para darnos cuenta que en materia literaria ese país sudamericano tiene muchísimo menos que ofrecer que República Dominicana". Nada mas absurdo dicho por un periodista que es también escritor. Aquí tenemos una muestra de lo que puede "ofrecer" Paraguay.
GRANDES
POETAS PARAGUAYOS
Manuel
Ortiz Guerrero
Nació
en 1897 en el barrio Ybaroty de la ciudad de Villarrica. Con la
publicación de su famoso poema “Loca” en la revista Letras, gran
parte de la atención de la gente se centró en el joven poeta.
Escribió tanto en castellano como en guaraní; muchos de sus poemas
en el idioma autóctono servirían de texto para las guaranias del
maestro José Asunción Flores. Falleció en 1933, víctima del mal
de Hansen, cuando todavía no había cumplido cuarenta años.
Al
Poeta
Luminoso
charrúa de los versos fragantes,
fue
muy larga, muy larga, para mí tu tardanza:
de
mirar tanto el río, de tu arribo anhelantes,
hoy
ya tienen mis ojos un color de esperanza.
Visitante
llegado de una tierra sonora
a
esta otra historiada de perfume y leyenda;
cárganos
las espaldas con tus fardos de aurora:
para
nuestras heridas déjanos una venda.
Allá,
poeta, en loma que tu mirada abarca,
está
el árbol solemne cuyo tronco fue asiento
del
Artigas proscripto, de aquel gran patriarca
que
unir quiso la América en un gran pensamiento.
Aquel
árbol, poeta, dice algo al oído,
algo
de tu leyenda, semejante al latido
de
algún gran corazón,
porque
allí el patriarca, como fantasma herido,
memoraba
en cien noches su gran sueño perdido,
enfermo
de nostalgia y de desolación.
Olvidé
de decirte que en una tarde lila
he
visto a tu indio dulce de paso por aquí:
Tabaré
melancólico de verdosa pupila,
en
busca de su hermano perdido, Guaraní.
Oh
mártires sin nombres, sin gestos y sin huellas
que
muerto habéis ya siglos y os enterró el olvido:
el
vate por vosotros sus llantos ha vertido
en
vuestro sacro abismo como caer de estrellas...
Ataviado,
poeta, de tus versos fragantes,
Tabaré
se ha perdido en la azul lontananza
y...
también es por eso: de su vuelta anhelantes
que
hoy ya tienen mis ojos un color de esperanza.
Elvio
Romero
Nacido
en 1926 en la localidad de Yegros; luego de la Guerra Civil del 47 se
vio forzado, con solo 21 años, a partir al exilio del cual no
volvería al Paraguay. Falleció en Buenos Aires en 2004. Algunas de
sus obras son Días roturados, Esa guitarra dura y Libro de la
migración.
Tren
con Banderas
Era
un tren con banderas
aquel tren de mi
pueblo; un tren hermoso
como esos
trenes hondos que aran la quemadura
de
la imaginería popular; tren compartido,
mínimo
y desolado por entre cordilleras,
por
entre atajos, por entre donde brotan
los
pañuelos de adiós del horizonte.
Era
un tren con banderas
Cuando
avanzaba solo
como arisco alazán por
la pradera,
era una clara y lenta
respiración del aire,
centella
imaginaria de luna y aguacero,
una
fiesta ligera de infancia y de colores;
volaba
el Viento Norte sobre sus ventanillas,
sus
ruedas fulguraban sobre espuelas de rieles,
su
silbido era un canto de pájaro de fuego.
La
Cruz del Sur, caída,
viajaba en sus
furgones. Y lo demás: los frutos
radiosos
de la tierra; el violento verano
cernido
en los maizales, los arrieros
de las
fronteras, el grito seco de las plantaciones;
todo
se acumulaba en sus vaivenes: la resolana de enero,
rostros
cetrinos y guitarras hondas,
cántaros
con serpientes, fugitivos callados,
embarazadas,
brisas, bandoleros.
Era un tren
con banderas.
El Paraguay
entero
cabría en sus vagones, su
violencia
y su encendida música;
cabrían sus silencios
y su
desamparado destino, el afán soterrado
de
libertad, su cruz y sus crucifixiones,
la
madera olorosa de sus montes cerrados,
su
profunda y amarga masticación de muerte.
Era
un tren con banderas
y ojos
abrasadores; tren orlado
por
historias de guerra y rebeliones,
tren
cruzado de gritos altos y lejanías,
de
sombra y naranjales; una llama
prendida
sobre un vértigo dorado,
un tren de
lumbre y alba sobre una tierra en celo.
Aquel
tren de mi pueblo solitario y profundo
¡era
un tren con banderas!
Hérib
Campos Cervera
Nació
el 30 de marzo de 1905 en Asunción. En 1931 participó de los hechos
del 23 de octubre, lo que desembocó en su primera partida al exilio,
más precisamente a Buenos Aires. Tres años después, regresó al
Paraguay y se situó en el centro del movimiento conocido como la
generación del 40. Luego de la Guerra Civil del 47, debió partir
por segunda vez del país, exilio este que duró hasta su muerte.
Falleció el 28 de agosto de 1953 en Buenos Aires. Algunas de sus
obras poéticas son Ceniza redimida, Hombre secreto y Romancero del
destierro; el relato El buscador de la fe, la novela corta El ojo
enterrado, y la obra teatral Juan Hachero.
Tiempo
de amor y soledad
Y he
estado nueve noches bajo el abierto cielo,
arañando la tierra,
para calmar la sangre,
y adelgazando el grito de mi voz
encerrada;
mientras el viento amargo se llevó brizna a
brizna
este perfil de sombras de mi cuerpo en tinieblas.
Y
luego te he entregado, noche mía, la sangre.
La sangre. Sí: la
sangre. La sangre que solloza
por túneles azules su vida
equivocada;
la sangre, que no quiere desintegrar su grito,
porque
es el fundamento de la Flor y del Canto.
Y luego di mi frente.
Tras su mármol tranquilo
vivió el furor del sueño su tormenta
diaria,
sin que una sola arruga marcara su oleaje;
ni el
pensamiento puro lo anegara en su sombra
al horadar mis sienes su
vertical tortura.
Y ahora, son los ojos: los taciturnos
ojos,
donde guardaba el alba sus pétalos de estrellas;
los
ojos de agua clara, donde iban las gacelas
a buscar mansedumbre
para su sed de fuga.
Y también va la piedra, ya muda, de los
labios:
los labios ya besados por muertes numerosas.
Y los pies
marineros, llagados de caminos;
el corazón ausente y el pecho
amanecido.
¿Después? -Después, la mano: la calcinada
mano,
marcada en su pecado con un buril de fuego;
la mano que
no quiso pagar su duro crimen
de haber asido un sueño con sus
garfios de carne.
¿La visteis algún día flotar sobre las
cosas,
-pájaro alucinado, que aprisiona en su pico
luciérnagas
azules que mueren de su fuego?
Después de nueve noches, sus
lirios fatigados
-sin memoria y sin nombre- se volvieron
recuerdo.
Todo se te reintegra: noche profunda y alta.
La
tremenda parábola ya no se apoya en Ti;
y aquel temblor de siglos
que me entregaste un día,
aquietó, al fin, por siglos también,
su inenarrable,
desesperada angustia de ser humanidad.
Un
día, desde el fondo caliente de la tierra
-seno eterno de Madre,
que pare su cosecha
con una indiferencia de sexo
apaciguado-
saldrá el rosario triste de mis huesos
dolidos,
libres ya del espanto de su cárcel de vida.
Y
nunca más la dulce canción que dio belleza
al peregrino tránsito
por la prisión de piedra;
nunca más el lamento secreto de la
flauta
encenderá en la tarde su rústico llamado.
Pero
será otra vida. Sí: otra vida. Distinta.
Despojada del largo
castigo del recuerdo.
Un árbol o una piedra: algo que mire al
Tiempo,
mudo y sordo y sin ojos, por una Eternidad.
José
Luis Appleyard
Nacido
en Asunción en 1927, fue poeta, periodista, dramaturgo, abogado y
editorialista. Pertenece a la generación del 50 de la poesía
paraguaya. En sus poemas se tocaban temas como el amor adolescente,
la nostalgia de un tiempo ido y la magia de la niñez no muy lejana.
Falleció en Asunción en 1998. Algunas de sus obras son Entonces era
siempre, El sauce permanece y Solamente los años.
El
Tiempo
Ya
es ayer pero entonces era siempre
un
trasegar de horarios inmutables
desde
la noche al sol.
Cada
semana
era
distinta e igual a la siguiente.
El
niño desdeñaba el calendario
y
su patrón reloj era el cansancio.
Edad
sin equinoccios, solo el tiempo
de
ser feliz y entonces ignorarlo.
La
Casa
Una
casa es un hombro derrotado
es
una mano abierta sin simiente,
una
argamasa inútil, un doliente
conjunto
de ladrillos apagado,
un
pensamiento absorto en el pasado
que
agrieta con sus voces el presente,
es
un oscuro trozo de poniente,
es
un juguete antiguo y olvidado.
Una
casa es un llanto, un dolorido
balcón
sin mariposas anhelantes,
una
casa es mudez y es alarido,
es
un amor que ha muerto sin amantes,
Una
casa, Señor, es una infancia
huyente
y malherida de distancia.
Susy
Delgado
Escritora
bilingüe y periodista, nació en San Lorenzo, Paraguay, en 1949. Su
obra literaria muestra una preeminencia del género de la poesía.
Sus cuatro primeros poemarios en guaraní:
Junto
al Fuego, Hijo de aquel verbo y Palabra en dúo, fueron publicados en
versión bilingüe y están reunidos en la antología que lleva este
último título. En el 2007 publicó otro poemario con textos
originales en guaraní, en versión bilingüe, distinguido con el
Premio Cide Hamete Benengeli para relatos escritos en lenguas
hispánicas distintas del castellano, de la Universidad Toulouse Le
Mirail y Radio Francia Internacional, en el 2005.
Algunos
de sus poemarios en castellano son Sobre
el beso del viento,
La
rebelión de papel y
Las
últimas hogueras.
Publicó también el volumen de cuentos La
sangre florecida,
la antología 25
Nombres Capitales de la Literatura Paraguay,
en
literatura para niños el libro Ñe’ë
saraki y
los que integran la Colección Che
pomimi.
Su
poemario Tataypýpe
fue
Primer Finalista en el Premio Extraordinario de Literaturas Indígenas
de Casa de las Américas, Cuba, en 1991. Algunos de sus libros han
sido traducidos al inglés, el portugués y el alemán.
Tiene
una trayectoria como periodista cultural en Paraguay
y desde hace tres años dirige la revista literariaTakuapu.
Dirige igualmente el Taller de Poesía Ara
Satï desde
el año 2000.
Como?
Aquí
donde ya todo pareciera
ser
agua calma,
¿Cómo
se nombra la tristeza?
Hubo
otro tiempo
en
que ella era
el
modo de caminar por la vida,
la
manera de mirar las cosas,
y
era palabra cotidiana,
repetida
hasta el cansancio
y
más veces aún hasta el llanto.
Aquí
desde tan lejos,
después
de tantas cosas,
cuando
ya todo se ha cubierto
con
un grueso manto de pudor,
¿cómo
nombrar la tristeza?
Aquí
donde ya todo pareciera
ser
agua calma,
¿cómo
se nombra la poesía?
Hubo
otro tiempo
en
que ella se acomodaba
en
medio de todas las cosas,
las
amables, las tristes, las amargas,
aunque,
es verdad,
parecía
encontrarse más a gusto
con
las últimas.
Pero
aquí desde tan lejos,
¿cómo
llamar a la poesía?