Negación del olvido
Discurso pronunciado por Julio Cortázar en París durante el Coloquio sobre la Política de desaparición forzada de personas. 31 de Enero - 10 de Febrero de 1981"Pienso
que todos los aquí reunidos coincidirán conmigo en que cada vez que a
través de testimonios personales o de documentos tomamos contacto con la
cuestión de los desaparecidos en la Argentina o en otros países
sudamericanos, el sentimiento que se manifiesta casi de inmediato es el
de lo diabólico. Desde luego, vivimos en una época en la que referirse
al diablo parece cada vez más ingenuo o más tonto; y sin embargo es
imposible enfrentar el hecho de las desapariciones sin que algo en
nosotros sienta la presencia de una fuerza que parece venir de las
profundidades, de esos abismos donde inevitablemente la imaginación
termina por situar a todos aquellos que han desaparecido. Si las cosas
parecen relativamente explicables en la superficie - los propósitos, los
métodos y las consecuencias de las desapariciones -, queda, sin
embargo, un trasfondo irreducible a toda razón a toda justificación
humana; y es entonces que el sentimiento de lo diabólico se abre paso
como si por un momento hubiéramos vuelto a las vivencias medievales del
bien y del mal, como si a pesar de todas nuestras defensas intelectuales
lo demoníaco estuviera una vez más ahí diciéndonos:
“¿Ves? Existo: Ahí tienes la prueba”.
Pero
lo diabólico, por desgracia, es en este caso humano, demasiado humano;
quienes han orquestado una técnica para aplicarla mucho más allá de
casos aislados y convertirla en una práctica de cuya multiplicación
sistemática han dado idea las cifras publicadas a raíz de la reciente
encuesta de la OEA, saben perfectamente que ese procedimiento tiene para
ellos una doble ventaja: la de eliminar a un adversario real o
potencial sin hablar de los que no lo son pero que caen en la trampa por
juegos del azar, de la brutalidad o del sadismo y a la vez injertar,
mediante la más monstruosa de las cirugías, la doble presencia del miedo
y de la esperanza en aquellos a quienes les toca vivir la desaparición
de seres queridos. Por un lado se suprime a un antagonista virtual o
real; por el otro, se crean las condiciones para que los parientes o
amigos de las víctimas se vean obligados en muchos casos a guardar
silencio como única posibilidad de salvaguardar la vida de aquellos que
su corazón se niega a admitir como muertos. Si basándose en una
estimación que parece estar muy por debajo de la realidad, se habla de
ocho o diez mil desaparecidos en la Argentina, es fácil imaginar el
número de quienes conservan todavía la esperanza de volver a verlos con
vida. La extorsión moral que ello significa para estos últimos,
extorsión muchas veces acompañada de la estafa lisa y llana que consiste
en prometer averiguaciones a cambio de dinero es la prolongación
abominable de ese estado de cosas donde nada tiene definición, donde
promesas y medias palabras multiplican al infinito un panorama cotidiano
lleno de siluetas crepusculares que nadie tiene la fuerza de sepultar
definitivamente. Muchos de nosotros poseemos testimonios insoportables
de este estado de cosas, que puede llegar incluso al nivel de los
mensajes indirectos, de las llamadas tele fónicas en las que se cree
reconocer una voz querida que sólo pronuncia unas pocas frases para
asegurar que todavía está de este lado, mientras quienes escuchan tienen
que callar las preguntas más elementales por temor de que se vuelvan
inmediatamente en contra del supuesto prisionero. Un diálogo real o
fraguado entre el infierno y la tierra es el único alimento de esa
esperanza que no quiere admitir lo que tantas evidencias negativas le
están dando desde hace meses, desde hace años. Y si toda muerte humana
entraña una ausencia irrevocable, ¿qué decir de esta ausencia que se
sigue dando como presencia abstracta, como la obstinada negación de la
ausencia final? Ese círculo faltaba en el infierno dantesco y los
supuestos gobernantes de mi país, entre otros, se han encargado de la
siniestra tarea de crearlo y de poblarlo.
De esa población
fantasmal, a la vez tan próxima y tan lejana, se trata en esta reunión.
Por encima y por debajo de las consideraciones jurídicas, los análisis y
as búsquedas normativas en el terreno del derecho interno e
internacional es de ese pueblo de las sombras que estamos hablando. En
esta hora de estudio y de reflexión, destinada a crear instrumentos más
eficaces en defensa de las libertades y los derechos pisoteados por las
dictaduras, la presencia invisible de miles y miles de desaparecidos
antecede y rebasa y continúa todo el trabajo intelectual que podamos
cumplir en estas jornadas. Aquí, en esta sala donde ellos no están,
donde se los evoca como una razón de trabajo, aquí hay que sentirlos
presentes y próximos, sentados entre nosotros, mirándonos, hablándonos.
El
hecho mismo de que entre los participantes y el público haya tantos
parientes y amigos de desaparecidos vuelve todavía más perceptible esa
innumerable muchedumbre congregada en un silencioso testimonio, en una
implacable acusación. Pero también están las voces vivas de los
sobrevivientes y de los testigos, y todos los que hayan leído informes
como el de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA guardan en su
memoria impresos con letras de fuego, los casos presentados como
típicos, las muestras aisladas de un exterminio que ni siquiera se
atreve a decir su nombre y que abarca miles y miles de casos no tan bien
documentados pero igualmente monstruosos. Así, mirando tan sólo hechos
aislados, ¿quién podría olvidar la desaparición de la pequeña Clara
Anahí Mariani, entre la de tantos otros niños y adolescentes que vivían
fuera de la historia y de la política, sin la menor responsabilidad
frente a los que ahora pretenden razones de orden-y de soberanía
nacional para justificar sus crímenes? ¿Quién olvida el destino de
Silvia Corazza de Sánchez, la joven obrera cuya niña nació en la cárcel,
y a la que llevaron meses después para que entregara la criatura a su
abuela antes de hacerla desaparecer definitivamente? ¿Quién olvida el
alucinante testimonio sobre el campo militar “La Perla” escrito por una
sobreviviente, Graciela Susana Geuna, y publicado por la Comisión
Argentina de Derechos Humanos? Cito nombres al azar del recuerdo,
imágenes asiladas de unas pocas lápidas en un interminable cementerio de
sepultados en vida. Pero cada nombre vale por cien, por mil casos
parecidos, que sólo se diferencian por los grados de la crueldad, del
sadismo, de esa monstruosa voluntad de exterminación que ya nada tiene
que ver con la lucha abierta y así en cambio con el aprovechamiento de
la fuerza bruta, del anonimato y de las peores tendencias humanas
convertidas en el placer de la tortura y de la vejación a seres
indefensos. Si de algo siento vergüenza frente a este fratricidio que se
cumple en el más profundo secreto para poder negarlo después
cínicamente, es que sus responsables y ejecutores son argentinos o
uruguayos o chilenos, son los mismos que antes y después de cumplir su
sucio trabajo salen a la superficie y se sientan en los mismos cafés, en
los mismos cines donde se reúnen aquellos que hoy o mañana pueden ser
sus víctimas. Lo digo sin ánimo de paradoja: Más felices son aquellos
pueblos que pudieron o pueden luchar contra el terror de una ocupación
extranjera. Más felices, sí, porque al menos sus verdugos vienen de otro
lado, hablan otro idioma, responden a otras maneras de ser. Cuando la
desaparición y la tortura son manipuladas por quienes hablan como
nosotros, tienen nuestros mismos nombres y nuestras mismas escuelas,
comparten costumbres y gestos, provienen del mismo suelo y de la misma
historia, el abismo que se abre en nuestra conciencia y en nuestro
corazón es infinitamente, más hondo que cualquier palabra que
pretendiera describirlo.
Pero precisamente por eso, porque en
este momento tocamos fondo como jamás lo tocó nuestra historia, llena
sin embargo de etapas sombrías, precisamente por eso hay que asumir de
frente y sin tapujos esa realidad que muchos pretenden dar ya por
terminada. Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre
y su ignominia, algo que ya se está queriendo hacer entrar en el cómodo
país del olvido; hay que seguir considerando como vivos a los que acaso
ya no lo están pero que tenemos la obligación de reclamar, uno por uno,
hasta que la respuesta muestre finalmente la verdad que hoy se pretende
escamotear. Por eso este coloquio, y todo lo que podamos hacer en el
plano nacional e internacional, tiene un sentido que va mucho más allá
de su finalidad inmediata; el ejemplo admirable de las Madres de la
Plaza de Mayo está ahí como algo que se llama dignidad, se llama
libertad, y sobre todo se llama futuro".