13 de abril de 2021

 

7 poemas  de Baudelaire.


El 9 de abril de 1821 nacía en París Charles Baudelaire, el creador maldito, genial demiurgo que dinamitó la literatura clásica reinventando la poesía como forma de arte absolutamente moderna y actual. Dandi y flâneur, borracho y sentimental, el poeta resumió en una palabra, spleen, su tedio ante la vida cotidiana mientras provocaba una revolución devastadora contra los convencionalismos que asolaban la imaginación y los sentidos.

Obsesión

Vosotros, altos bosques, me amedrentáis como catedrales;
aulláis igual que el órgano; y en nuestros corazones malditos,
cámaras de duelo eterno donde resuenan antiguos estertores,
se repiten los ecos de vuestros De profundis.
¡Océano, te odio! Tus brincos y tumultos
los encuentra mi espíritu en sí; la risa amarga
del hombre derrotado, llena de sollozos y de insultos,
yo la escucho en la risa tremenda de la mar.
¡Cómo me gustarías, oh noche, sin esas estrellas
cuya luz habla un lenguaje consabido!
¡Pues yo busco el vacío, y lo negro, y lo desnudo!
Pero las tinieblas son también ellas lienzos
donde viven, brotando de mis ojos a miles,
seres desaparecidos de miradas familiares.

Traducción de Luis Antonio de Villena

Mujeres malditas

En la arena tumbada, cual recua pensativa,
hacia los horizontes del mar sus ojos vuelven,
y con los pies se buscan y sus manos cercanas
desmayos dulces tienen y temblores amargos.

Unas, almas prendadas de largas confidencias,
en el fondo del bosque donde arroyuelos cantan,
de niñeces medrosas el amor deletrean
y graban en el tronco de verdes arbolillos;

las otras, como monjas, marchan lentas y graves
a través de las rocas de apariciones llenas,
donde vio San Antonio surgir sus tentaciones
con los pechos desnudos y purpúreos, cual lavas;

las hay, que al resplandor de chorreantes resinas,
en el mundo agujero de los antros paganos,
te llaman en ayuda de sus aullantes fiebres
¡Oh Baco, que los viejos remordimientos duermes!

Y hay otras, cuyo cuello ama el escapulario,
que, escondiendo el cilicio bajo sus largas ropas,
mezclan en los boscajes, las noches solitarias,
la espuma del placer y el llorar del tormento.

¡Oh mártires, oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos,
cuyas almas tan grandes la realidad desprecian,
satiresas, devotas en busca de infinito,
ora llenas de gritos, ora llenas de llantos,

a vosotras, que mi alma persiguió en vuestro infierno,
amo, pobremente hermanas, y a la par compadezco,
por vuestras tristes penas, vuestra sed insaciable
y las urnas de amor que vuestros pechos colman!

Traducción de Alain Verjat y Luis Martinez de Merlo


Sueño parisiense

I

De aquel terrible paisaje
Como nunca vio mortal,
Esta mañana, aún la imagen
Vaga y lejana perdura.

¡Lleno está el sueño de magia!
Por un singular capricho
Desterré de ese espectáculo
Al barroco vegetal,

Y, pintor fiel de mi sueño,
En el cuadro saboreé
La monotonía embriagante
De agua, mármol y metal.

Babel de arcos y escaleras,
Era un palacio infinito
lleno de fuentes y aljibes
En oro bruñido o mate;

Y rumorosas cascadas,
Como cortinas de vidrio,
Se suspendían destellantes
Sobre murallas metálicas.

No árboles, sino columnas,
Ceñían estanques dormidos,
Donde gigantescas náyades
Como damas se miraban.

Capas de agua se extendían,
Por muelles rosas y verdes,
Durante miles de leguas,
Hacia el fin del universo;

Había piedras inauditas
Y olas mágicas; había
Inmensos hielos absortos
Por lo que ellos reflejaban.

Taciturnos y distantes,
Ganges en el firmamento,
Arrojaban sus tesoros
En diamantinos abismos.

Arquitecto de mis magias
Hacía, a mi voluntad,
Bajo un enjoyado túnel
Pasar un manso océano;

Y hasta los negros colores
Parecían claros y limpios;
Fundía su gloria el líquido
En el rayo cristalino.

No había vestigio de astros,
¡Ni siquiera el sol poniente,
Para alumbrar los prodigios
Que con su fuego brillaban!

Y sobre esas maravillas
Planeaba (¡atroz novedad!
Presente el ojo, no el oído)
Un infinito silencio.

II

Al abrir mis ardientes ojos,
Miré el horror de mi cuarto
Y sentí, de nuevo en mi alma,
De la inquietud el aguijón;

El fúnebre son del péndulo,
Me recordó el mediodía;
Caía la oscuridad
Sobre el embotado mundo.

Traducción de Antonio Martínez Sarrión

Al lector

La necedad, el error, el pecado, la tacañería,
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables remordimientos,
Como los mendigos nutren su miseria.

Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;
Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,
Y entramos alegremente en el camino cenagoso,
Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.

Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto
Que mece largamente nuestro espíritu encantado,
Y el rico metal de nuestra voluntad
Está todo vaporizado por este sabio químico.

¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;
Cada día hacia el Infierno descendemos un paso,
Sin horror, a través de las tinieblas que hieden.

Cual un libertino pobre que besa y muerde
el seno martirizado de una vieja ramera,
Robamos, al pasar, un placer clandestino
Que exprimimos bien fuerte cual vieja naranja.

Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos,
En nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios,
Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
Desciende, río invisible, con sordas quejas.

Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,
Todavía no han bordado con sus placenteros diseños
El canevás banal de nuestros tristes destinos,
Es porque nuestra alma, ¡ah! no es bastante osada.

Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,
Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,
Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes
En la jaula infame de nuestros vicios,

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:

¡Es el Tedio! -los ojos preñados de involuntario llanto,
Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
Tú conoces, lector, este monstruo delicado,
-Hipócrita lector, -mi semejante, -¡mi hermano!

Traducción de Luis Antonio de Villena

El albatros

A menudo, por divertirse, los hombres de la tripulación
cogen albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, como indolentes compañeros de viaje,
al navío que se desliza por los abismos amargos.

Apenas les han colocado en las planchas de cubierta,
estos reyes del cielo torpes y vergonzosos,
dejan lastimosamente sus grandes alas blancas
colgando como remos en sus costados.

¡Qué torpe y débil es este alado viajero!
Hace poco tan bello, ¡qué cómico y qué feo!
Uno le provoca dándole con una pipa en el pico,
otro imita, cojeando, al abatido que volaba.

El Poeta es semejante al príncipe de las nubes
que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;
desterrado en el suelo en medio de los abucheos,
sus alas de gigante le impiden caminar.

Traducción de Enrique López Castellón

Confesión

Una vez, una sola, mujer dulce y amable,
En mi brazo el vuestro pulido
Se apoyó ( sobre del denso fondo de mi alma
Ese recuerdo no ha palidecido);

Era tarde; al igual que una medalla nueva,
La Luna llena apareció,
Y la solemnidad nocturna, como un río,
Sobre París dormido se extendía.

Los gatos, por debajo de las puertas de coches,
Deslizábanse furtivos
El oído al acecho o, como sombras caras,
Nos seguían despacio.

Y de súbito, en medio de aquella intimidad,
Abierta en la luz pálida,
De Vos, rico y sonoro instrumento en que vibra
La más luminosa alegría,

De vos, clara y alegre igual que una fanfarria
En la mañana chispeante,
Una quejosa nota, una insólita nota
Vacilante se escapó,

Como un niño sombrío, horrible y enfermizo
Que a su familia avergonzara,
Y al que durante años, para ocultarlo al mundo,
En una cueva habría encerrado.

Vuestra discorde nota, ¡mi pobre ángel! cantaba:
«Que aquí abajo nada es firme,
Y que siempre, aunque mucho se disfrace,
El egoísmo humano se traiciona;

Que es un oficio duro el de mujer hermosa
Y que es más bien tarea banal,
De la loca y helada bailarina fijada
En maquinal sonrisa;

Que fiar en corazones es algo bien estúpido;
Que es todo trampa, belleza y amor,
Y al final el Olvido los arroja a un cesto
¡Y los torna a la Eternidad!»

Esa luna encantada evoqué con frecuencia,
Ese silencio y esa languidez,
Y aquella confidencia penosa, susurrada
Del corazón en el confesionario.

Traducción de Antonio Martínez Sarrión

Spleen

Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso,
rico, pero impotente, joven, aunque achacoso,
que, despreciando halagos de sus cien concejales,
con sus perros se aburre y demás animales.
Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón,
ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón.
La grotesca balada del bufón favorito
no distrae la frente de este enfermo maldito;
en cripta se convierte su lecho blasonado,
y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado,
no saben ya encontrar qué vestido indiscreto
logrará una sonrisa del joven esqueleto.
el sabio que le acuña el oro no ha podido
extirpar de su ser el humor corrompido,
y en los baños de sangre que hacían los Romanos,
que a menudo recuerdan los viejos soberanos,
reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido
pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.

Traducción de Ignacio Caparrós

7 de enero de 2021

 Poeta Guadalupe Grande


“Estas ruinas que una vez fueron carne y voz / están hoy abandonadas a nuestro cuidado / somos los responsables de su eternidad”, escribió Guadalupe Grande en El libro de Lilit.


Azogue

Vivimos de costado

pasamos de puntillas

Gracias a dios nadie quedará para recordar

en nombre de quién

habrá de dirimirse la venganza

Cuando el tiempo se escapa sin rostro de las manos

dejando un polvo amarillo en el azogue

es menester estar atentos.

Cuando los días huyen a hurtadillas

despreciando nuestro estupor

(mientras se pudre el grano en el almiar)

es menester ser precavidos.

Cuando la vida se oculta en los rincones

y no hay perro de caza que pueda hallar su rastro

solícitos acudimos a las puertas del miedo.

El bosque de certezas ardió hace tres noches.

Y yo he venido a pregonar

la escarcha de la duda.

(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1995)

Junto a la puerta 

La casa está vacía

y el aroma de una rencorosa esperanza

perfuma cada rincón

Quién nos dijo

mientras nos desperezábamos al mundo

que alguna vez hallaríamos

cobijo en este desierto.

Quién nos hizo creer, confiar,

—peor: esperar —,

que tras la puerta, bajo la taza,

en aquel cajón, tras la palabra,

en aquella piel,

nuestra herida sería curada.

Quién escarbó en nuestros corazones

y más tarde no supo qué plantar

y nos dejó este hoyo sin semilla

donde no cabe más que la esperanza.

Quién se acercó después

y nos dijo bajito,

en un instante de avaricia,

que no había rincón donde esperar.

Quién fue tan impiadoso, quién,

que nos abrió este reino sin tazas,

sin puertas ni horas mansas,

sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo.

Está bien, no lloremos más,

la tarde aún cae despacio.

Demos el último paseo

de esta desdichada esperanza.

(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1996) 

Bodegón 

Las nueve y la cocina está en penumbra:

estoy sentada ante una mesa tan grande como el desierto,

ante unos alimentos que no sé cómo mirar,

y si les preguntara, ¿qué me contestarían?

Son naranjas de una cosecha a destiempo,

mandarinas sin imperio,

acelgas verde luto,

lechugas verde olvido,

apios sin cabeza,

verde nada,

verde luego,

verde enfín.

(Bandejas de promisión

en el condado del desamparo.)

La tarde se dilata en la cocina

y aquí no llega el sonido del mar.

La soledad de las naranjas se multiplica:

no hay pregunta para tanta opulencia,

aquí, en la serenidad de esta banqueta de tres patas,

rodeada por una muralla de mandarinas huérfanas,

una legión de plátanos sin mácula,

un bosque de perejil más frondoso

que la selva tropical.

Alimentos mudos y sin perfume:

os miro y sólo veo una caravana de mercancías,

el sueño de los conductores,

una urgencia de frigoríficos

y un rastro de agua sucia atravesando la ciudad.

(De La llave de niebla. Edit. Calambur, 2003)

Letanía sin nosotros 

Es en este tiempo incierto, intacto,

es en este instante desnudo,

sin palabras, sin nosotros, tan sólo

tendido suavemente en el olvido.

Es bajo esta lluvia muda y ciega,

esta lluvia sin nosotros,

esta hora sin nosotros,

Este agua sin sed.

Es. Es sin siempre, es sin memoria,

es sin llanto y sin risa,

es sin miedo y sin gracias te sean dadas.

Es, como si eso fuera poco,

sin causa y sin remedio,

a pesar nuestro,

Y es, desde luego, sin calles ni avenidas,

sin fuentes ni estaciones,

sin la tristeza que da mirar el firmamento.

(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1996)

La ceniza 

Diccionario inventario

lista número preciso

cómputo de un idioma

que no podemos entender

Digo que no existe el olvido;

hay muerte y sombras de lo vivo,

hay naufragios y pálidos recuerdos,

hay miedo e imprudencia

y otra vez sombras y frío y piedra.

Olvidar es sólo un artificio del sonido;

tan sólo un perpetuo acabamiento que va

de la carne a la piel y de la piel al hueso.

Así como las palabras primero son de agua

y luego de barro

y después de piedra y de viento.

(De El libro de Lilit. Ed. Renacimiento, 1996)


La poeta, ensayista y crítica Guadalupe Grande Aguirre (Madrid, 1965-2021), es autora de El libro de Lilit, Premio Rafael Alberti, La llave de nieblaMapas de cera y Hotel para erizos. Sus poemas figuran en revistas y en antologías de ámbito nacional e internacional. Junto a Juan Carlos Mestre realizó la selección y traducción de La aldea de sal, antología del poeta brasileño Ledo Ivo. Hija de los poetas Félix Grande y Francisca Aguirre se licenció en Antropología Social por la UCM y fue responsable de la actividad poética de la Universidad Popular José Hierro, San Sebastián de los Reyes, Madrid, ciudad en la que falleció el pasado 2 de enero.

Poema de Francisco Henriquez

  Pregunta   En que bolsillo de mi alma Guardaré tu ausencia? En que mirada de la muchedumbre  Encontraré la tuya? Cuando el suelo me hable ...