10 de abril de 2018

Poesía de Venezuela




Juan Sánchez Peláez
(Altagracia de Orituco, 1922)
Elena es alga de la tierra VI
Elena es alga de la tierra
Ola del mar.
Existe porque posee la nostalgia
De estos elementos,
Pero Ella lo sabe,
Sueña,
Y confía.
De pie sobre la roca y el coral de los abismos.
En realidad, Elena
Conoce las cosas simples,
Porque antes de ser doncella
Fue Sirena y Ondina,
Y antes de ser
Sirena y Ondina,
Nadó en el torbellino, en el número, en el fuego.
Yo debí caer en la calzada, y rememorar,
Oh huésped delirante;
Allí donde apacigua la tarde y el crepúsculo,
A mí me separaron.
Tuve otro amor
Puro como el éxtasis,
Frágil como la fantasía,
Absoluto como mi otro amor.
Oí una trompeta de bruma en el desierto
Mis halcones salieron del follaje.
En todas las estaciones
En el otoño o en la primavera
Elena es alga de la tierra
Ola del mar.
De Animal de costumbre, 1959.

Filiación oscura

No es el acto secular de extraer candela frotando una piedra.
No.
Para comenzar una historia verídica es necesario atraer en sucesiva ordenación de ideas las ánimas, el purgatorio y el infierno.
Después, el anhelo humano corre el señalado albur. Después, uno sabe lo que ha de venir o lo ignora.
Después, si la historia es triste acaece la nostalgia.
Hablamos de cine mudo.
No hay antes ni después; ni acto secular ni historia verídica.
Una piedra con un nombre o ninguno. Eso es todo.
Uno sabe lo que sigue. Si finge es sereno. Si duda, caviloso.
En la mayoría de los casos uno no sabe nada.
Hay vivos que deletrean, hay vivos que hablan tuteándose y hay muertos que nos tutean,
pero uno no sabe nada.
En la mayoría de los casos, uno no sabe nada.
De Filiación oscura, 1966.

VII
A Malena
Yo no soy hombre ni mujer
yo sólo tengo resplandor propio
cuando no pierdo el curso del río
cuando no pierdo su verdadero sol
y puedo alejarme libre, girar, bogar,
navegar dentro de lo absoluto y el
mar blanco
entonces sí soy
el hombre rojo lleno de sangre
y sí soy la mujer: una flor límpida, un
lirio grande
y también soy el alma
y clarean los valles hondos
en nuestro mudo abrazo eterno,
amor frío
Ðy qué más
qué más por ahora
piragua azul
piragüita.
De Aire sobre el aire, 1989.


Ramón Palomares
(Escuque, 1935)
Volviendo de las sombras...

Volviendo de las sombras se alumbró la llanura
y despertó sus toros y caballos y mulas salvajes,
igual la manada de corzos matacanes
se juntaban en su orgullo de soledades...
Y la ilusión apareció
y en el instante de la mudanza
sobre lagos fantasmas
el aire hizo sus torres y desaparecieron
porque no eran sino falsos navíos,
terromonteros y embellecidas magias
*
Las mulas cargadas...
Las mulas cargadas de avíos y equipajes de cristal
cruzaban el mundo bajo un cielo de aullidos
y erraba todo el tiempo como un tañido de campanas.
Pero también hay un silencio en los viejos cauces
y vive allí una muerte sola en los pantanos.
Entonces un caserío viejo va brotando de algún pastizal,
un sonido de peltres se va cortando por los aires
y hay una puerta oscura por donde asoma un buitre.

Hay algo triste...
Hay algo triste y lúgubre en la visión de esas estepas
la tierra como un mar cubierto de sargazos
el viento quieto a la altura de las mulas
y el calor sofocante abrasado de arena.
Pequeños torbellinos se batían al ras
y como si fuéramos en chalupa
el mar alzaba su horizonte
y las llanuras ascendían.
Se veían sobre los bancos de vapor
esas palmeras como barcos
y percibíamos el acecho de peligros y fatigas.
Apuraban los baquianos
y al voltear advertíamos los rezagados con las bestias
del bagaje.
Por entonces la nubecilla que volaba al Zenith
anunciaba las lluvias.
De Alegres provincias, 2011.

Reynaldo Pérez Só
(Caracas, 1945)
Veo el día...
veo
el día cerrarse
desde la puerta
veo
una ventana
abrirse hacia la puerta
me miro
en el suelo
sin levantar
un esfuerzo
para decir
hoy este día
me pertenece
porque
el sol está afuera
y también es mío

*
Unos labios...
unos labios
que miro
romperse
en el silencio
de una boca
de un cuarto
que siento
despertar
mientras
me froto
las manos
sin nada decir
sin nada ver
sin
nada
unos labios
apenas
contra la pared del cuarto
De Reclamo, 1992.

Edda Armas
(Caracas, 1955)
Apamates en flor

Dame luz
¿acaso puedes?
calla si no,
y alivia tus alforjas
de pertenencias inútiles
trae el vino en el ánfora
entre flores silvestres
recién encontradas
en el camino hacia mí,
y de sandalias
sin evadir el polvo
de cabello suelto
para que en el almíbar de la flor
levitemos la plenitud.
Para que no nos talen
nos sembraremos a la sombra
de los apamates,
y envueltos en su rosado frágil
tierra nos haremos
filtrada memoria
sin el amago del amanecer.

*
La vida tiene...
La vida tiene sus rincones.
Accedemos a ellos como gatos al sillón.
Sin etiquetas es laboriosa tarea ubicarlos.
Orillas tu cuerpo abriéndole esquinas
En este momento de heridas.
Minúsculo suceso es el grano despuntando
alguna verdad hecha secreto,
a la incierta hora en que nadie la espera.
De Sin negativo ni estaciones, 2012.


Alberto Barrera Tyszka
(Caracas, 1960)

Deuda

Los amigos muertos a veces vuelven,
con sus cabellos aún mojados;
entran a casa,
beben vodka, escuchan
los discos de Emerson, Like & Palmer,
preguntan demasiado.
Yo sirvo la mesa, lleno
cada vaso, estoy
casi feliz.
Después de algunas horas,
los platos parecen naves solitarias,
ciudades tristes sobre el mantel.
La noche, entonces,
se encoge,
cruda,
terrible.
Y de repente estoy otra vez solo,
arañando la envoltura de unos nombres.
Los amigos muertos a veces
regresan.
Se sientan a la mesa, piden
más hielo, dejan
sus labios enredados sobre el aire.
Y se van. Desaparecen. Vuelven.
a dejarme,
repitiendo este ensayo fatuo,
el inútil equilibrio de la madrugada.
Jamás he escrito sus nombres. Jamás
he escrito lo que siempre
debí escribir.
Amén por ello.
Amén
por todos ellos.
De Coyote de ventanas, 1993.


*
Es turbio...
para Javier Lasarte
Es turbio mi país
difícil para el descanso o la inocencia
         ¿y estos versos al final para qué sirven?
yo podría escribir poemas pedagógicos
         ¿para qué entonces
tanto dolor de geografía?
es decir yo podría
antes de ‘p’ y ‘b’
va ‘m’              no lo olviden o
recuerden que toda palabra terminada en ‘on’
va acentuada               (copien corazón)
y podría hablar de mis amigos
como de hecho lo hago:
Tato tocando violín
ebrio en re menor toda la noche
Armando llenando la sala de alpiste
para que Dios baje a comer       Rafael
soñando las colinas de Italia y leyendo a Proust
Javier hablando de cuando Floyd Patterson
¿te acuerdas?/ y llenarme la boca con Olga
María Lola
(ellas sí son obras completas
tangos desenfrenados)
podría también vender champú con mi poesía
o escribir en papel milimetrado
ganar concursos y llorar
a mi otro yo que ya se fue
pálido a París
                                    pero no
dale con este marxismo fuera de moda
y de esta maldita obsesión           es turbio mi país
cómo jode
esta gramática hedionda a gasolina
lleva un odio en sus acentos
y existe en su diccionario íntimo
la palabra Pinochet                     y Reagan por la ‘r’
también existe
y sabe que ningún verso
tumbará a ningún gobierno
y aún sueña
con el día en que ya nadie cree:
copien                   ahora
corazón
De Amor que por demás, 1985

.
Luis Enrique Belmonte
(Caracas, 1971)
Apuntes del carnicero
no quise hacerlo yo no
si las nubes están cargadas de cenizas
si los clarinetes partidos las mejillas sonrojadas
este oficio no quise rasguñar esta carne estas palabras
perdonen el ruido la miga sobre el piso
sólo quería saber qué fue lo que cayó sobre mi mesa
de dónde venía la gotica de sangre sólo eso
no quise ser jifero de reses sin enumerar
tanto hueso en astillas tanta página fracturada
toda esta tinta no quise
perdonen la hora es de mal gusto
este zumbido de moscas
estos minutos huyendo de mi cuerpo.
De Paso en falso, 2004.


La misma banda sonora

Nadie los ve.
Compran su ticket
en silencio,
                   lloran y aplauden
en silencio.
Cuando encuentran a otros de su misma especie
hunden sus manos en los bolsillos
y se miran como roedores en un laberinto.
Salen pensativos, cabizbajos,
          buscando su voz
en el murmullo de voces somnolientas.
Afuera se cruzan sus sombras,
sus zapatos, sus ticket rotos.
Y no es que dejen de estar solos,
sino que a veces atraviesan el mismo pantano,
el mismo sueño, la misma banda sonora.
De Cuartos de alquiler, 2005.


Jairo Rojas Rojas
(Caracas, 1980)
Madre
(fragmento)

no hay luz suficiente / no hay luna / bombillos no hay
dejó de florecer el sol
y flotan las voces de la noche deseando el día
para descansar,
huérfanas
de
paz,
lo que era tierra, eso que eran cuerpos,
aquello que eran animales,
gente que sembraba sin muerte
ahora desnudos
ahora círculo de gente con fuego en su centro
y las mismas caras; pisadas de caballos encima,
voces de hombres afuera;
el aliento que se lleva el llanto de los niños, huesos que chocan entre sí;
batir de alas, en la cara; bestias flacas que aúllan,
la luna que se va
detrás de los perros espantados,
el paisaje que no es,
–lo que no puede retratarse–
una urna en medio de la nada, su silencio,
el equívoco de esta vasta apariencia,
es el ruido ése, el ruido,
la bulla, los pasos, esa voz, esa voz,
el ruido,
la ira que deformó la sangre

*
Padre
(fragmento)

el camino es de agua y relampaguea para que él vea la huella que deja encima del río. El cielo se despoja de sus lágrimas y celebra al que camina, muerto de hambre, a llevar pan a su madre, al que camina sobre piedras y encima de los huesos que enseñan a leer / sin alfabeto. Caminante de la mano tosca que toca la tierra que resplandece a lo lejos. Tierra húmeda donde se siembra la alegría (el viento sembró ahí su origen). El verde sabe lo que hace, son los compases de las ramas al moverse, al despertar. Este es el albergue de lo inabarcable y el niño contempla el paso de la nube como gente envuelta en harapos ululando ululando. Se escucha el rumor de los que estuvieron primero. El niño no sabe que en esta montaña viene el tiempo a acabarse, sin más
De Los plegamientos del agua, 2014

Fuente: Suplemento Jornada Semanal, Mexico  
Domingo 4 de enero de 2015 Num: 1035

3 de abril de 2018

Miguel Hernández un día como hoy

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Tal día como hoy hace 76 años, el poeta moría en una cárcel de Alicante castigado por la represión, enfermedad y la desnutrición.


Un día como hoy moría Miguel Hernández en la prisión de Alicante. La enfermedad, la desnutrición y las represivas condiciones carcelarias de la inmediata postguerra acabaron con él, a la edad de 31 años. No se cumple hoy una cifra redonda ni de su muerte ni de su nacimiento, y quizás por ello tenga más valor y sentido el recordarlo aquí y ahora, pues dudosa memoria es aquella que solo responde al capricho aritmético de las conmemoraciones.
La corta vida de Miguel Hernández se vio marcada por dos grandes pasiones: por su amor a la naturaleza y, en el plano literario, desde muy joven, por su atracción por la palabra poética. Y conste que no decimos por la poesía, sino, en términos más amplios, la palabra poética, ya que la primera vocación suya fue la de ser autor teatral, no poeta. Con el teatro pensaba que podría ganarse la vida. Lo primero que Miguel Hernández escribió fue precisamente una pieza teatral, Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, en la línea de los autos sacramentales de nuestra Edad de Oro.
Volviendo sobre su pasión por la naturaleza, Miguel fue como una criatura surgida de ella –“elemental naturaleza desnuda”, lo llamó Juan Ramón Jiménez–, todo vitalidad, todo entusiasmo, y en el secreto íntimo de lo que es la tierra: sus floraciones, sus frutos, el nombre de cada árbol, el canto de los innumerables pájaros, que él sabía imitar como nadie. El muchacho de Orihuela se sentía hijo de la naturaleza, con clara conciencia de lo que eso suponía. Un don terrenal, una forma elemental de sabiduría que se tiene pero que no se aprende. Sentía fascinación por el agua y, a poco que pudiera, se iba al río a bañarse o, si llovía, se exponía gozosamente al caer de las gotas hasta empaparse de aquel maná purificador y sagrado. Aleixandre lo recuerda echándose de bruces al agua de los arroyos para beber. Y le gustaba trepar a los árboles y lo solía hacer, para sorpresa de los amigos que iban con él, en plena ciudad. “¿Dónde está Miguel?”, se preguntaban. Y Miguel se había encaramado a la copa de un árbol y desde allí imitaba el canto de un jilguero

Estereotipos

De Miguel Hernández circuló durante muchos años un estereotipo que poco tenía que ver con su realidad biográfica. Se le vio como de familia pobre y poco cultivado, porque –se decía– apenas había podido ir al colegio de niño. Lejos de la verdad, como su biógrafo José Luis Ferris pone de manifiesto en su excelente libro Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, ese cliché del poeta-pastor, al que el propio Hernández contribuyó en buena medida, ha enturbiado la clara imagen de su persona y lastrado el reconocimiento de su poderosa y siempre emocionante poesía. Para empezar a desmontar esa falsa imagen hemos de decir que no fue un niño pobre, sino un niño de familia modesta, pero con recursos para salir adelante en la España deprimida de comienzos del XX. Y no casa tampoco con la verdad que fuera un joven sin formación. Fue a la escuela hasta los 14 años, lo que pocos niños del medio rural podían permitirse entonces. Pasó por tres colegios distintos, y el último, el de Santo Domingo, un colegio privado de los jesuitas. En él Miguel estudió gracias a la “generosidad interesada” de los profesores, conscientes de su talento, y con la expectativa de poderlo orientar hacia su seminario. La imagen de un poeta algo “asilvestrado” no se corresponde por tanto con la realidad.
En lo físico era un joven fibroso, delgado, de estatura media; su rostro, siguiendo la descripción de Neruda, tenía algo de patata en su hechura, con pómulos marcados, ojos verdes claros, y coronada la cabeza por escaso pelo, que él además se empeñaba en llevar muy corto. Le atraía el esfuerzo y el ejercicio al aire libre. Y si lo hacía en compañía de amigos, la delicia era para él completa. Jugar a la pelota era su deporte favorito. En su equipo del pueblo se le conocía, según cuenta Ferris, por “el Barbacha”, que quiere decir “caracol”, porque, aunque buen jugador, era algo lento en sus movimientos. Algún poema temprano escribió sobre el fútbol.
Cuando llegó a Madrid a finales de 1931 pocos poetas de su edad tenían una formación literaria más sólida y completa que él. Conocía bien a Virgilio, fray Luis de León y San Juan de la Cruz, a Góngora y Quevedo. El teatro de Lope y de Calderón le eran familiares. También Verlaine y Gabriel Miró vendrían a conformar su gusto. Pero Miguel se da cuenta de que sus tentativas poéticas resultaban algo trasnochadas si se comparaban con lo que estaban escribiendo por entonces los poetas del 27, generación a la que él por estricta cronología pertenece.

A la zaga

Cuando vuelve a Orihuela decide cambiar y ponerse al día, y lo hace subiéndose al tren del neogongorismo, sin darse cuenta de que ese tren era ya cosa del pasado. El problema de Miguel Hernández es que va siempre a la zaga de los movimientos estéticos dominantes: desemboca en el gongorismo (Perito en lunas,1933) cuando había dejado de ser un acto reivindicativo y se había convertido en reliquia; luego se dedica al soneto y al arte medido (El rayo que no cesa, 1936) cuando lo que imperaba era el verso libre, y pasará por el surrealismo en sus odas a Neruda y Aleixandre, lo menos personal de su poesía, cuando la avanzadilla del 27 empezaba a dejar atrás ese estilo
Durante la guerra escribirá dos libros en los que empieza a percibirse una gradual depuración expresiva: Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha(1939), pero no será hasta Cancionero y romancero de ausencias, editado póstumamente en 1958 –para la crítica, hoy, su mejor y más auténtica obra–, cuando la voz del poeta se afine, se adelgace y pierda todo el formidable artificio retórico que la había caracterizado. Llega Miguel entonces a la máxima desnudez y a la mayor eficacia expresiva. Son poemas muchos de ellos compuestos en la cárcel, en condiciones lamentables. Abatido y vuelto de muchas cosas (al enterarse de que Stalin había firmado un pacto con Hitler se encoleriza), se repliega en lo más hondo de su intimidad: su esposa, su nuevo hijo, el recuerdo de su tierra natal, de sus antepasados, que parecen convocarle desde el más allá a perpetuar su sangre.
Porque Hernández es quizás de los poetas que con mayor vigor ha exaltado la sexualidad desde la poesía, y no por el placer erótico, sino por su fatalidad instintiva, su necesaria obligación y obediencia al mandato bíblico de “creced y multiplicaos”. Del sexo tiene un sentido primordial, genesíaco, como si fuera un regalo más de la naturaleza que él tanto amó, y de la que saltará, como una simiente, la viva chispa del hijo. El beso en la noche de los esposos tiene su perfecta encarnación en el hijo.
De ahí, de ese amor primario por la vida, nace el Cancionero y romancero. Bellísimas canciones que no recuerdan en absoluto ni a las de Lorca ni a las de Alberti, escollo que supo evitar admirablemente, y en las que Miguel Hernández ha sabido convertir su dolor y su desaliento en la mejor y más perdurable poesía.
Elpais.com.es

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