No sólo el temor al rechazo y la incomprensión agobian a los escritores. Fobias, manías y paranoias varias suelen afectar la emotividad de estos individuos. A continuación algunos ejemplos famosos.
por José Luis Díaz-Granados
No solamente Franz Kafka se despertaba en el pellejo de Gregorio Samsa, con la sensación de haberse convertido en un gigantesco escarabajo, debido a la monumental presión de poderes omnipotentes y negativos sobre su endeble sensibilidad. Son muchos los artistas y escritores de su talante que se han sentido alguna vez o durante toda la vida aplastados por el peso de una alteración emocional, una debilidad o una incurable fobia o paranoia. El caso de Kafka es uno de los más conocidos, pero también sobre el que más se ha especulado. En realidad, su complejo de inferioridad se originaba en el autoritarismo de un padre severo e injusto.
Todo ello le crea una incontenible búsqueda de afecto y a la vez una sensación de temor a no poder corresponder a plenitud al ser amado. A todo esto agreguémosle su complejo de sentirse judío en un ambiente de creciente antisemitismo en Europa. Y por contera, una permanente incertidumbre acerca de las virtudes de su arte literario. De ahí que no pasara en la vida civil de ser un empleado oscuro y subalterno, con una sensación perpetua de que no merecía el afecto ni la compasión de sus semejantes, como quien dice, se sentía un miserable escarabajo. Por eso, al final de sus días le pidió a su amigo Max Brod que quemara la totalidad de sus manuscritos.
Si miramos unos siglos atrás, Cervantes habla de sí mismo en el prólogo de Pérsiles y Segismunda, con cierta nostalgia y mucha melancolía, no sólo de su barba de plata «que antaño era de oro» sino de las seis piezas dentales que escondía tras sus labios casi inexistentes, pues ya eran sólo dos líneas. No sólo se dolía por la escasez de dientes sino porque éstos no encajaban entre sí para masticar y, al igual que confesaba después James Joyce, tenía que ejecutar incontables malabares dentro de su boca para desmenuzar las bolitas de pan mojadas en el chocolate. Pero paradójicamente, el autor de El Quijote enarbolaba con orgullo el muñón de su mano izquierda, por haber obtenido esa herida en la gloriosa batalla de Lepanto.
Charles Baudelaire estuvo dominado durante sus 46 años de vida por la intransigente personalidad de su madre, a veces arbitraria y siempre severa que, para colmo, luego de enviudar del anciano padre del poeta, había contraído matrimonio con un rígido oficial del ejército francés. Baudelaire sufrió innumerables complejos de castración (y de Edipo, desde luego) y al final sólo se sentía realizado en compañía de mujeres esperpénticas, inválidas, jorobadas o perversas. Su más grande amor, la mulata Jeanne Duval, era una actriz de ínfima categoría de los bajos fondos de París, quien no sólo le era infiel sino que lo trataba con despotismo.
Tennessee Williams, el genial dramaturgo de El zoológico de cristal, Un tranvia llamado deseo y La gata sobre el tejado caliente, confesó en sus memorias que siempre fue muy tímido, «salvo cuando habia bebido». Sintió mucho miedo cuando en La Habana lo llevaron al Floridita a conocer a Hemingway: «Yo esperaba encontrarme con un supermacho apabullador y malhablado, y fue todo lo contrario: me pareció un caballero y un hombre dotado de una timidez enternecedora». También, en la capital cubana, conoció a Sartre y a Simone de Beauvoir, junto a la piscina del Hotel Nacional. Muerto de vergüenza se acercó a ellos y se presento a la pareja. El, amable; ella, glacial. Williams era propenso al insomnio y a la claustrofobia; sufría ataques de pánico y tenía agudos períodos de alcoholismo. Tomaba pastillas de seconal y fumaba varias cajetillas de cigarrillos al día. Siendo varón sufrió cáncer de mama y vivía en perpetua lucha contra la locura. Al final, autodestructivo que era, se suicidó.
Faulkner tenía una permanente expresion de melancolía. Quienes lo conocieron lo señalan como un hombre muy triste, con ojos de torturado. En la película de la entrega del Premio Nobel aparece impecable, vestido de smoking. Un instante antes de darle la mano al rey de Suecia, hace una venia de granjero tímido y se seca o se limpia la mano en el pantalón. Nadie ha podido saber si se trataba de un gesto de humildad o de ironía. Neruda ya había ganado todos los honores y glorias de este mundo cuando declaró: «Todavía me ocurre que cuando llego a una recepción, me parece que el camarero me va a decir: haga el favor de salir. Usted no ha sido invitado». Y García Márquez confesó en una entrevista radial hace pocos años: «Durante mucho tiempo tuve la sensación de que yo sobraba en todas partes».
El guatemalteco Augusto Monterroso no sólo ha confesado sus miedos y paranoias en ensayos y artículos sino en el más famoso de sus cuentos (o mejor, de sus líneas): «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». En México, cuando le presentaron al poeta surrealista peruano César Moro en la librería donde éste trabajaba, se dio cuenta de que los escritores famosos le producían mucho miedo, hasta el punto de que huía de ellos en sus mismas caras.
Por lo demás, Dostoievski le tenía horror a la oscuridad; Alfredo de Musset a que lo sepultaran vivo; Djuna Barnes, a que alguien hiciera su apología; por el contrario, le atraía aquella persona que la atacaba o injuriaba; Somerset Maugham se volvió homosexual al no encontrar una mujer que igualara en belleza y personalidad a su madre; Proust temía a la asfixia, por eso escribía sin cesar, pensando que sólo así evitaba un ataque de asma; Rulfo sufría de «miedo escénico»: le tenía pavor a hablar en público; Hemingway y Henry Miller manifestaban públicamente el odio por sus madres; Amiel se decepcionaba de una mujer por sólo verla comiendo; Balzac sufría delirios de persecución y Vicente Aleixandre de agorafobia (terror a los espacios abiertos)... Quizás el mayor de los temores de un escritor sea el temor al rechazo, pero esto es otro paseo. Otro cuento.
Fuente: http://www.voltairenet.org
29 de julio de 2010
20 de julio de 2010
POESIA "A LO JOSÉ"
José Martí.
MUJERES
Ésta, es rubia: ésa, oscura: aquélla, extraña
Mujer de ojos de mar y cejas negras:
Y una cual palma egipcia alta y solemne
Y otra como un canario gorjeadora.
Pasan, y muerden: los cabellos luengos
Echan, como una red: como un juguete
La lánguida beldad ponen al labio
Casto y febril del amador que a un templo
Con menos devociòn que al cuerpo llega
De la mujer amada: ella, sin velos.
Yace, y a su merced; —él, casto y mudo
En la inflamada sombra alza dichoso
Como un manto imperial de luz de aurora.
Cual un pájaro loco en tanto ausente
En frágil rama y en menudas flores
De la mujer el alma travesea:
Noble furor enciende al sacerdote
Y a la insensata, contra el ara augusta
Como una copa de cristal rompiera:—
Pájaros, sòlo pájaros: el alma
Su ardiente amor reserve al universo.
José Angel Buesa
(Cuba)
Poema Del Renunciamiento
Pasaras por mi vida sin saber que pasaste.
Pasaras en silencio por mi amor, y al pasar,
fingire una sonrisa, como un dulce contraste
del dolor de quererte ... y jamas lo sabrás.
Soñare con el nacar virginal de tu frente;
soñare con tus ojos de esmeraldas de mar;
soñare con tus labios desesperadamente;
soñare con tus besos ... y jamás lo sabrás.
Quizas pases con otro que te diga al oido
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amare más que nunca ... y jamás lo sabrás.
Yo te amare en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos ... y jamás lo sabrás.
Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
-- el tormento infinito que te debo ocultar --
te diré sonriente: "No es nada ... ha sido el viento".
Me enjugaré la lágrima ... ¡y jamás lo sabrás!
Jose Angel Buesa de su libro OASIS (1977)
José Hierro
(España)
Segundo amor
No quiero que desgranes tu pasado en mis manos,
porque sólo el presente ofrece carne viva.
Sería, recordar, sentir dolores de otros
doliendo en nuestras vidas.
Serenidad. Se siente el otoño en el alma
caer, con la tristeza de su razón cumplida.
A qué mirar adentro, a la espalda, pensar
en la luz que declina.
Quisiera preguntarte; pero yo me someto.
Contengo la pregunta con la mano en la herida.
No quiero que desgranes tu pasado, que tornes
a lo que no se olvida.
De "Libro de las alucinaciones" 1964
José de Espronceda (1810-1842)
SONETO
Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.
Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra, del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.
Así brilló un momento mi ventura
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.
Mas, ay, que el bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.
José Agustín Goytisolo
Como la piel de un fruto, suave...
Como la piel de un fruto, suave
a la amenaza de los dientes,
iluminada, alegre casi,
ibas camino de la muerte.
La vida estaba en todas partes:
en tu cabello, sobre el césped,
sobre la tierra que añorabas,
sobre los chopos, por tu frente...
Todo pasó, tal un verano,
sobre tu carne pura y breve.
Como la piel de un fruto, ¡eras
tan olorosa y atrayente!
José Emilio Pacheco
(Mexico)
Los elementos de la noche
Bajo el mismo imperio que el verano ha roído
Se deshacen los días.
En el último valle
La destrucción se sacia
En ciudades vencidas que la ceniza afrenta.
La lluvia extingue
El bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su verano.
Las palabras se rompen contra el aire.
Nada se restituye ni devuelve
El verdor a la tierra calcinada.
Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente
Ni los huesos del águila volverán por las alas.
José Coronel Urtecho
No Volvera El Pasado
Ya todo es de otro modo
Todo de otra manera
Ni siquiera lo que era es ya como era
Ya nada de lo que es sera lo que era
Ya es otra cosa todo
Es otra era
Es el comienzo de una nueva era
Es el principio de una nueva historia
La vieja historia se acabo, ya no puede volver
Esta, ya es otra historia
Otra historia distinta de la historia
Otra historia contratia de la historia
Precisamente lo contrario de la historia
Precisamente lo contrario del pasado
No volvera el pasado
Precisamente es el pasado lo vencido
Precisamente es el pasado lo abolido
Precisamente es el pasado lo acabado
Ya el pasado realmente ha pasado
José Asunción Silva (1865-1896)
NOCTURNOS
A VECES, CUANDO EN ALTA NOCHE
A veces, cuando en alta noche tranquila,
sobre las teclas vuela tu mano blanca,
como una mariposa sobre una lila
y al teclado sonoro notas arranca,
cruzando del espacio la negra sombra
filtran por la ventana rayos de luna,
que trazan luces largas sobre la alfombra,
y en alas de las notas a otros lugares,
vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
y en gótico castillo donde en las piedras
musgosas por los siglos, crecen las yedras,
puestos de codos ambos en tu ventana
miramos en las sombras morir el día
y subir de los valles la noche umbría
y soy tu paje rubio, mi castellana,
y cuando en los espacios la noche cierra,
el fuego de tu estancia los muebles dora,
y los dos nos miramos y sonreímos
mientras que el viento afuera suspira y llora!
JOSÉ SANTOS CHOCANO
Los volcanes
Cada volcán levanta su figura,
cual si de pronto, ante la faz del cielo,
suspendiesen el ángulo de un vuelo
dos dedos invisibles de la altura.
La cresta es blanca y como blanca pura:
la entraña hierve en inflamado anhelo;
y sobre el horno aquel contrasta el cielo,
cual sobre una pasión un alma dura.
Los volcanes son túmulos de piedra,
pero a sus pies los valles que florecen
fingen alfombras de irisada yedra;
Y por eso, entre campos de colores,
al destacarse en el azul, parecen
cestas volcadas derramando flores.
José Saramago
Retrato de un poeta joven
Hay en la memoria un río donde navegan
los barcos de la infancia, por arcadas
de ramas inquietas que despegan
sobre las aguas las hojas curvadas.
Hay un golpear de remos acompasado
en el silencio de la tersa madrugada,
olas blancas se hacen a un lado
con el rumor de la seda arrugada.
Hay un nacer del sol en el sitio exacto,
en el momento que más cuenta de una vida,
un despertar de los ojos y del tacto,
un ansiar de sed no abolida.
Hay un retrato de agua y de quebranto
que irrumpe del fondo de esta memoria,
y todo lo que es río abre en el canto
que cuenta del retrato una vieja historia.
José Batres Montúfar (1809-1844)
(Guatemala)
Yo pienso en ti
Yo pienso en ti, tú vives en mi mente,
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.
En mi lóbrega y yerta fantasía
brilla tu imagen apacible y pura,
como el rayo de la luz que el sol envía
a través de una bóveda sombría
al roto mármol de una sepultura.
Callado, inerte, en estupor profundo,
mi corazón se embarga y se enajena,
y allá en su centro vibra moribundo
cuando entre el vano estrépito del mundo
la melodía de su nombre suena.
Sin lucha, sin afán y sin lamento,
sin agitarme, en ciego frenesí,
sin proferir un sólo, un leve acento,
las largas horas de la noche cuento
y pienso en ti!
José Lezama Lima
(Cuba)
AH, QUE TÚ ESCAPES
Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.
José Gautier Benítez
(Puerto Rico)
UN ENCARGO A MIS AMIGOS
Cuando no quede ya ni un solo grano
de mi existencia en el reló de arena,
al conducir mi gélido cadáver,
¡oh!, recordad mi súplica postrera:
"No lo encerréis en los angostos nichos
que cubren la pared formando hilera,
que en la lóbrega angosta galería
jamás el sol de mi país penetra.
El linde recorred del cementerio
y en el suelo cavad mi pobre huesa,
que el sol la alumbre y la acaricie el viento
y que broten allí flores y yerbas.
Que yo pueda sentir, si algo se siente,
a mi alrededor y sobre, muy cerca,
el ígneo rayo de mi sol de fuego
y esta adorada borinqueña tierra."
15 de julio de 2010
Rubén Darío
Josefina Ortega • La Habana
Fotos: Cortesía de la autora
“En mi primaveral adolescencia era ya Cuba para mí una tierra de poesía” —afirmó en una ocasión el gran nicaragüense— y, sin embargo, en una de sus estancias en La Habana —la cuarta, para ser más exactos— pasó uno de los momentos más dramáticos de su vida, cuando intentó suicidarse en 1910.
“La noticia —como dijo el maestro Ciro Bianchi Ross— no pasó a los periódicos. Los más íntimos, al conocer del hecho, se conjuraron, de modo tácito, en una suerte de pacto de silencio. Solo muchos años después, el poeta dominicano Osvaldo Bazil contaría el incidente”.
Como se sabe, el gobierno de su país había designado a Darío su representante en las festividades por el centenario del Grito de Dolores, pero el poeta se vio imposibilitado de cumplir su misión, pues el Presidente que lo nombró —el doctor José Madriz— fue derrocado.
Sin respaldo oficial alguno quedó el poeta en Veracruz, por lo que debió de regresar a la capital cubana, donde días antes hiciera una escala de 24 horas con destino a México, en el mismo barco que lo llevó a ese país.
Como un niño
El hombre que retornaba ahora no era el mismo que se mostraba anteriormente como si tuviera el mundo a sus pies y recibiera reconocimientos por doquier. “En este penoso trance de su varadura en La Habana”, como dijo Ángel Augier, el autor de “Azul”, deprimido, derrotado y con escasos fondos en los bolsillos, se prodigó al alcohol con todas sus fuerzas.
Esta súbita transformación, censurable en muchos aspectos, no resulta difícil de entender, dado lo adverso de los acontecimientos, y más para un hombre que, según sus íntimos, era como un niño cuando se enfrentaba a la vida.
Darío “se entregó al demonio de todos los alcoholes y a las furias de todas las tempestades de la dipsomanía”, al decir de su amigo el poeta y diplomático dominicano Osvaldo Bazil, quien en memorable texto —“Cómo era Rubén Darío” — develó más tarde lo sucedido: “(…) cuando abandonamos el barco, su rostro revelaba una gran tortura mental y su paso era vacilante”. (…) “En el hotel (…) cayó de súbito en hondo sopor. A veces lanzaba roncos quejidos”.
Whisky y más whisky
En la habitación 203 del hotel Sevilla donde el bardo se aloja hay que buscarle con urgencia un médico, el doctor Gustavo Aróstegui, por cierto, un pediatra, quien luego de examinarlo, le dispensa los cuidados necesarios, y a la pregunta de rigor responde que podían ofrecerle alcohol de cuando en cuando y disminuírsele gradualmente.
Darío alivia su salud, pero, por voluntad propia, permanecerá alejado de agasajos y compromisos en su permanencia de cerca de dos meses en la capital cubana, donde otrora disfrutó de los muchos homenajes que le rindieron.
Asistió tan solo al acto ante la tumba de su muy admirado Julián del Casal, el 21 de octubre, en el decimoséptimo aniversario de su muerte, donde leyó conmovedoras palabras, y sobre el que luego comentó con un dejo de amargura, en “este año había menos visitantes que en los anteriores.”
Confiesa a la prensa su deseo de que esta estancia habanera suya sea callada y tranquila, “un sitio que se escoge para descanso y por el cual se cruza casi de incógnito”.
No obstante, las crisis alcohólicas se suceden una y otra vez.
Una noche en el hotel Sevilla quiere lanzarse por el balcón hacia la calle. Bazil lucha con él a brazo partido para impedírselo. Darío está a punto de lograr su propósito, pero en auxilio del dominicano acuden el secretario de Rubén y un empleado del hotel. Al fin logran reducirlo y lo conducen a la cama.
“Aseguradas todas las puertas, cerradas todas la ventanas, respiré tranquilo, contaría Bazil. El poeta seguía ingiriendo whisky, desde su cama, de modo incesante. Después de tres litros de whisky, estaba como loco, y no me atrevía a dejarlo solo. Me pasé la noche a su lado. Él no dormía nada. Así, amaneció. Continuaba bebiendo.”
Hoy quiero contarte, /Raquel Catalá…
Los cuidados rindieron sus frutos. “Ya apenas necesitaba mojar sus labios en el vaso de whisky”.
Una noche en que bebió en abundancia junto al embajador de Italia, el poeta Mondello, y su buen amigo Bazil, Rubén Darío, —quien a la sazón ha recuperado el juicio y el buen humor—, abandona el hotel sin dar cuenta de ello a sus acompañantes. A la mañana siguiente asoma radiante de felicidad: Había pasado toda la madrugada —según cuenta— en un círculo de hombres de color donde lo obsequiaron con champagne, y lo nombraron negro honorario.
Portaba en efecto el diploma que lo acreditaba como tal.
De nuevo cumple sus compromisos periodísticos con La Nación, de Buenos Aires. Escribe poemas: “Hoy quiero contarte, /Raquel Catalá /un cuento del cielo, de tierra y de mar… /que pasó en Basora, /que pasó en Bagdad, /que pasó en un reino /que yo no sé ya. (…)”
La revista El Fígaro, por su parte, asume sus gastos en el hotel, pero ya el poeta quiere marcharse. Hasta un ciclón azota La Habana. Al carecer del dinero necesario, lo pide aquí y allá, todo en el más absoluto silencio. Prontas remesas cablegráficas de amigos le llegan a granel; una de ellas incluso de 500 dólares. Ocasión tiene de cobrarlas. “El poeta llegó a bordo y se encerró en su camarote, como era su costumbre en todos sus viajes y empezó a pedir whisky sin cesar…”
El vapor alemán Ipiranga con destino a Europa, lo alejará de La Habana el 8 de noviembre de 1910, pero acaso nunca el gran poeta nicaragüense olvide su intento de suicidio desde una habitación del hotel Sevilla, en la capital cubana.
Fuente: La Jiribilla Cuba
7 de julio de 2010
Poesía a Lo Francisco
Francisco Gómez de Quevedo y Villegas.
(España)
A LA EDAD DE LAS MUJERES
De quince a veinte es niña; buena moza
de veinte a veinticinco, y por la cuenta
gentil mujer de veinticinco a treinta.
¡Dichoso aquel que en tal edad la goza!
De treinta a treinta y cinco no alboroza;
mas puédese comer con sal pimienta;
pero de treinta y cinco hasta cuarenta
anda en vísperas ya de una coroza.
A los cuarenta y cinco es bachillera,
ganguea, pide y juega del vocablo;
cumplidos los cincuenta, da en santera,
y a los cincuenta y cinco echa el retablo.
Niña, moza, mujer, vieja, hechicera,
bruja y santera, se la lleva el diablo.
Francisco A. de Icaza
(México)
PRELUDIO
También el alma tiene lejanías;
hay en la gradación de lo pasado
una línea en que penas y alegrías
tocan en el confín de lo soñado:
también el alma tiene lejanías.
En esos horizontes de olvido
la sujeción de la memoria pierdo
y no sé dónde empieza lo fingido
y acaba lo real de mi recuerdo
en esos horizontes del olvido.
La azul diafanidad de la distancia
en el cuadro los términos reparte;
aquí mi juventud, allá mi infancia
y entre las dos, la pátina del arte. . .
La azul diafanidad de la distancia.
Ese tono del tiempo, que completa
lo que en el lienzo deja la pintura,
hace rugoso el cutis de asceta,
y a la tez de la virgen da frescura
ese tono del tiempo que completa.
Pulimento y matiz del mármol terso
es en la vieja estatua, y melodía
en la cadencia rítmica del verso
donde adquiere la antigua poesía
pulimento y matiz del mármol terso.
Color de las borrosas lontananzas
es del alma en los vagos horizontes,
donde envuelve recuerdos y esperanzas
en el azul de los lejanos montes
color de las borrosas lontananzas.
Francisco Villaespesa
(España)
HUMILDAD
Ten un poco de amor para las cosas:
para el musgo que calma tu fatiga,
para Ia fuente que tu sed mitiga,
para las piedras y para las rosas.
En todo encontrarás una belleza
virginal y un placer desconocido...
Rima tu corazón con el latido
del corazón de la Naturaleza.
Recibe como un santo sacramento
el perfume y la luz que te da el viento...
¡Quién sabe si su amor en él te envía
aquella que la vida ha transformado!
¡Y sé humilde, y recuerda que algún día
te ha de cubrir la tierra que has pisado!
Francisco Morales Santos.
(Guatemala)
TU NOMBRE, PATRIA
Una gota de miel que se desliza
en dirección al pecho,
en las primeras horas del día,
iluminada con ganas
por el sol;
gota tibia y espesa
de poder curativo insospechado.
Gota inquieta, florida,
permanente,
auténtica, fiel
y memoriosa.
Gota en el aire
y en los labios gota
es tu nombre,
Guatemala.
Francisco Orondo.
(Argentina)
El ocaso de los dioses
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el
vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda
favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún
reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo
crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,
de nuestro hacer, de nuestra música, del único
amor incoherente; soberanos de esa calle donde los
tactos y la impresión hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que en
esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra
culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una dilación
–"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro
lugar donde es menester el coraje.
(España)
A LA EDAD DE LAS MUJERES
De quince a veinte es niña; buena moza
de veinte a veinticinco, y por la cuenta
gentil mujer de veinticinco a treinta.
¡Dichoso aquel que en tal edad la goza!
De treinta a treinta y cinco no alboroza;
mas puédese comer con sal pimienta;
pero de treinta y cinco hasta cuarenta
anda en vísperas ya de una coroza.
A los cuarenta y cinco es bachillera,
ganguea, pide y juega del vocablo;
cumplidos los cincuenta, da en santera,
y a los cincuenta y cinco echa el retablo.
Niña, moza, mujer, vieja, hechicera,
bruja y santera, se la lleva el diablo.
Francisco A. de Icaza
(México)
PRELUDIO
También el alma tiene lejanías;
hay en la gradación de lo pasado
una línea en que penas y alegrías
tocan en el confín de lo soñado:
también el alma tiene lejanías.
En esos horizontes de olvido
la sujeción de la memoria pierdo
y no sé dónde empieza lo fingido
y acaba lo real de mi recuerdo
en esos horizontes del olvido.
La azul diafanidad de la distancia
en el cuadro los términos reparte;
aquí mi juventud, allá mi infancia
y entre las dos, la pátina del arte. . .
La azul diafanidad de la distancia.
Ese tono del tiempo, que completa
lo que en el lienzo deja la pintura,
hace rugoso el cutis de asceta,
y a la tez de la virgen da frescura
ese tono del tiempo que completa.
Pulimento y matiz del mármol terso
es en la vieja estatua, y melodía
en la cadencia rítmica del verso
donde adquiere la antigua poesía
pulimento y matiz del mármol terso.
Color de las borrosas lontananzas
es del alma en los vagos horizontes,
donde envuelve recuerdos y esperanzas
en el azul de los lejanos montes
color de las borrosas lontananzas.
Francisco Villaespesa
(España)
HUMILDAD
Ten un poco de amor para las cosas:
para el musgo que calma tu fatiga,
para Ia fuente que tu sed mitiga,
para las piedras y para las rosas.
En todo encontrarás una belleza
virginal y un placer desconocido...
Rima tu corazón con el latido
del corazón de la Naturaleza.
Recibe como un santo sacramento
el perfume y la luz que te da el viento...
¡Quién sabe si su amor en él te envía
aquella que la vida ha transformado!
¡Y sé humilde, y recuerda que algún día
te ha de cubrir la tierra que has pisado!
Francisco Morales Santos.
(Guatemala)
TU NOMBRE, PATRIA
Una gota de miel que se desliza
en dirección al pecho,
en las primeras horas del día,
iluminada con ganas
por el sol;
gota tibia y espesa
de poder curativo insospechado.
Gota inquieta, florida,
permanente,
auténtica, fiel
y memoriosa.
Gota en el aire
y en los labios gota
es tu nombre,
Guatemala.
Francisco Orondo.
(Argentina)
El ocaso de los dioses
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el
vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda
favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún
reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo
crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,
de nuestro hacer, de nuestra música, del único
amor incoherente; soberanos de esa calle donde los
tactos y la impresión hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que en
esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra
culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una dilación
–"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro
lugar donde es menester el coraje.
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