Un libro de buena poesía es siempre una variedad de propuestas de lectura. Pensamos en el arte poético como el trabajo del sujeto en la lengua
y en la apertura del texto hacia el futuro. El libro de Miriam Ventura, “La Reina del Bronx River”, es una propuesta que podríamos leer desde distintos horizontes; de manera comparativa, tomando como modelo dos poéticas dominicanas, la de Domingo Moreno Jimenes y la de Franklin Mieses Burgos.
Postumistas y sorprendidos se enfrentaron en dos corrientes que tienen tangencias en la poesía latinoamericana. La quiebra era contra el modernismo. El posmodernista Moreno Jimenes encuadra en las teorías de Manuel Ugarte y en la poética de Almafuerte.
Si dejamos atrás el trascendentalismo mesiánico dominicanista e hispanoamericano, Moreno conforma un modelo de creador que busca ligar la poesía con los elementos populares, ya en los contextos como en el lenguaje. Pone una estética dialógica, en las formas lingüísticas.
Por su parte, Franklin Mieses Burgos encara la poesía donde el hombre universal busca trascender la cotidianidad y entiende que lo dominicano, como sentido, debe volcarse a su dimensión universal. Eso sí, sin olvidar lo popular como contexto, lo propio. Entre estas dos tendencias se marca el accionar poético dominicano desde la década del treinta hasta los años ochenta, con sus variaciones o rompimientos.
“La Reina del Bronx River” es uno de los mejores libros de poesía escritos por mujeres en las últimas décadas.
Se destaca por ser un trabajo del lenguaje poético
dentro de una estética depurada. Sobresale el irracionalismo, la búsqueda de espacio nuevo para la poesía dominicana. Es el espacio viajero, de la poesía en tránsito que encuentra otro escenario donde han ido a parar los inmigrantes dominicanos.
Ese espacio y el río del Bronx sirven para la construcción de un referente mítico, como la voz de la Reina. El río es un actante que a veces es personaje. Un ser de agua, que estructura una mítica originaria y temporal que dialoga entre dos culturas (por no decir en una variedad de culturas) en un dialogismo de contextos culturales y referentes semióticos que van desde el merengue, la salsa, la música clásica, el pop y el jazz. Es la obra un coloquio del meltingpot, del encuentro multívoco de las distintas diásporas. Pero la Reina mostrará su principalía en ser mujer y venir desde otro espacio mítico caribeño a dialogar con el río del Bronx en una lucha en que el río es el apoderado de todos los sentidos de la ciudad, pero que después de la construcción poemática no será el mismo.
Aunque ya se ha leído como un discurso biográfico, pienso que la lectura de este largo poema es el trabajo en la cultura literaria, desde la tradición dominicana hacia las distintas tradiciones latinoamericanas y lo biográfico sobra, como huelga la lectura dentro del binarismo majestad-libertad. Lo que hace a la Reina señora es su implicación en las aguas, es el río en el que se habla desde la diglosia entre el inglés y el español. Ahora
bien, no existe aquí una forma de bilingüismo ni tan siquiera un trabajo de la oralidad del inmigrante, sino un diálogo de lenguas- culturas en la construcción de un espacio mítico emergente.
Otro aspecto que me parece sobresaliente en el texto es su acendrada unidad como propósito poético. Desde el principio hasta el final, se intenta la fundación de un espacio y la construcción mítica de una nueva ciudad
al lado de un río danzante y heterotópico, en el que cruzan distintas formas culturales, signos y discursos.
He de observarse de una larga tradición
de la poesía dominicana que ha buscado construir personajes míticos y espacio de leyenda y estampa, como en “Rosa de tier ra” de Rafael Américo Henríquez, en “Yelidá” de Hernández Franco, en “Magino Quezada” de Freddy Gaton Arce, entre otros.
Esos poemas buscan constituirse, no solo en una épica-lírica, sino en una poética fundacional. Ese aspecto es fundamental porque todos estos poetas antes mencionados han deseado construir contextos expresivos que les permitan instaurar una poética en un solo poema, en un poema que deberá fundar la totalidad como aspiración del saber, vivir y decir de distintas voces y representaciones de lo dominicano y lo caribeño.
En este segundo horizonte de la poesía dominicana, el poemario adquiere un valor inusitado porque la lectura nos conduce a la fundación de un espacio (locus) en el mundo de la emigración, que se manifiesta como realización de un sueño, de aspiraciones de un ser del allá que dialoga con el acá.
Una plática que hilvana los hilos más finos de la cultura en movimiento, de la cultura como hacerse cotidiano que solamente podemos recuperar a través del poema, que es, en fin, una contradicción indefinida donde esos referentes reverberan. Mayor es la importancia cuando ese espacio de llegada y esos diálogos entre la cultura de abajo y la de arriba, la de esta orilla y la del río, se encuentran enfrentados desde la voz femenina, lo que hace que pensemos en el transcurrir de la poesía escrita por mujeres y por las mujeres dominicanas en la emigración.
Si dejamos atrás a Josefa Brea, fue Salomé Ureña en el siglo XIX la poeta que abrió una cala en el espacio patriarcal para construirse desde la poesía y desde las aulas en una voz que clamaba por una nueva polis y por la entrada de las mujeres dominicanas en el espacio público.
La mujer dominicana buscó la polis, pero fue relegada por el patriarcalismo trujillista. Unas fueron expulsadas de su propio suelo y otras quedaron en las viajas estéticas o en un trascendentalismo que poco pudo poner en juego la relación problemática entre el poema y el poder. En fin, construyeron ideologías con las que no pudieron desafiar las ideas y la falocracia del régimen.
Ahora bien, con la Reina pasa otra cosa. Miriam Ventura trabaja lo político de otra manera. Es el suyo el poema abierto a la pluralidad significativa que lucha en un espacio centro-margen. Desde un principio lo nacional se marca de forma irónica, “los chavitos de nación”son el menudo que se pierde y se ha perdido; son las pocas monedas que nos quedan en un tiempo en que todo ha cambiado y el dinero también ha disipado su propia identidad. Solo permanecen los cavitos de lo que antes era fuerte, duro y entero.
Finalmente, estos tiempos revocables quedan inscritos, porque la obra es arte y la poeta artífice y lectora en la diversidad de la cultura. De ahí que lo político también se juegue en la oralidad cruzada entre el inglés y el español. Un elemento que nos coloca de nuevo en la estética de los del setenta y ochenta que tantos logros tiene en la poesía.
“La Reina del Bronx River” es un texto complejo y sencillo a la vez. Un espacio de fundación y cambios en el que se encuentra el
poema que expresa y teje un manto de agua (porque somos islas) buscando más allá, porque como su voz señala, de forma intertextual y cultural, quien no cree en esta Reina… muere aquí.
Fuente: http://hoy.com.do