Me quedé
mirándola fijamente
en
blanco y negro
buscando
en el brillo
de sus
ojos
el deseo
perdido.
Ni
siquiera parpadeaba
al
mirarla
porque
me miraba también
buscando
en mi
la
realidad de una vida
que no
se acaba.
Miraba
su boca
su nariz
y hasta
su frente
y todo
el rostro
maravillado
por el
misterio.
Yo,
parpadeaba
de tanto
mirarla
ella,
no.
Yo
sonreía, mirándola
de
arriba a bajo,
desde el
cuello
hasta la
última brisa
de su
pelo negro,
y ella,
ni siquiera
una
mueca de vida,
sólo,
una sombra de silencio.
Así, me
quedé dormido,
mirándola
y
desperté con ella
en mi
mano izquierda
con mi
pulgar
acariciando
la foto.
®
Francisco Henriquez Rosa
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