5 de diciembre de 2016

La censura franquista: crónica de un despropósito

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De Franco han sido y siguen siendo los arzobispos pero no los poetas.
León Felipe
Por Xabier F. Coronado,  Jornada Semanal de Mexico
Cuando el poder del Estado limita la libertad de expresión al controlar y manipular la difusión de noticias, la publicación de periódicos, revistas y libros, o cualquier tipo de expresión cultural y artística, lo que está haciendo es ejercer la censura institucional.
La censura es un recurso utilizado por gobiernos totalitarios para evitar que se manifiesten opiniones contrarias a sus intereses. Su primer empeño será supervisar todo lo relacionado con el ejercicio del periodismo y las distintas manifestaciones culturales; su objetivo final, imponer una ideología determinada y subyugar a la población mediante el abuso sistemático de la autoridad y la limitación de sus derechos. Las consecuencias de la censura son múltiples: condiciona la formación de los ciudadanos, coarta el desarrollo pleno de sus capacidades y activa en ellos el mecanismo de la autocensura.
La tradición censora en España se remonta a la época de la Inquisición, cuando se reprimió de manera brutal todo lo que no concordara con los intereses de la Iglesia católica y el poder de la monarquía. Cuatro siglos después, tras el golpe de Estado contra la ii República y la Guerra civil subsecuente, se impuso en España un régimen totalitario que reprodujo un modelo de censura que volvía a defender los intereses de la Iglesia y el poder oligárquico. Un aparato represivo que tenía como objetivo la destrucción absoluta del trabajo cultural forjado durante la república, así como custodiar la integridad ideológica de un Estado de corte fascista y reaccionario.

Leyes y censores

El cine es, casi siempre, vehículo de inmoralidad, y para la juventud de un modo especial, ocasión próxima de pecado.
P. Pablo Juvilla, Rutas de orientación juvenil, 1958.

Al final de la Guerra civil se produjo el exilio de la mayoría de los intelectuales y artistas que habían defendido la República; este hecho, junto a la política represiva y censora del régimen franquista, propició lo que se ha conocido como el páramo cultural español de la postguerra. En los años de larga dictadura también se dio el denominado exilio interior, formado por creadores con una producción contraria o indiferente a los valores del régimen; ellos subsistieron en un sistema que perseguía toda manifestación artística o cultural no inspirada en los principios del franquismo: enaltecimiento del espíritu militar, nacionalismo españolista, patriotismo artístico cultural y catolicismo fundamentalista.

Con el fin de homogeneizar política, religiosa y culturalmente al país, la dictadura desarrolló leyes para controlar los medios de comunicación. La prensa fue prioridad para el régimen franquista: fiscalizar la difusión de noticias suponía la posibilidad de manipular y restringir la información para utilizarla como propaganda del régimen y ejercer el poder contra sus enemigos. En 1938, antes del fin de la contienda, el bando sedicioso promulgó una Ley de Prensa con “carácter provisional” –que se mantuvo vigente hasta 1966– que sujetaba a control gubernativo todo tipo de publicaciones. El responsable de esta legislación, el falangista Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y posterior ministro de Gobernación y Asuntos Exteriores, ocupó la jefatura de la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda que imponía las directrices para el tratamiento de noticias y enviaba a los medios informativos textos de inserción obligatoria. Se implantó el carnet de periodista como requisito para ejercer la profesión; esta credencial no era concedida por criterios formativos sino políticos. Cabe señalar que el primer carnet fue otorgado a Franco y el segundo a Serrano Suñer, el encargado de operar el aparato censor.
Durante los primeros años, el franquismo estructuró una red de diarios para formar la llamada Prensa del Movimiento; desde el poder se nombraba a los directores de cada periódico y se regulaban los contenidos. Este grupo mediático actuó como transmisor ideológico y político del régimen; sus objetivos eran desinformar y usar la prensa como medio de propaganda y promoción permanente del caudillo. Todo lo que se fuera a publicar era presentado obligatoriamente a la censura, que dictaminaba fundamentalmente dos aspectos: integridad política, evaluada por ideólogos de la Falange, y moralidad católica, supervisada directamente por el poder eclesiástico. La revista Ecclesia, órgano de Acción Católica y del Episcopado, fue el único medio escrito que no fue sometido a la censura gubernativa.
El franquismo también reprimió el desarrollo de las culturas territoriales y censuró el uso de las diferentes lenguas del Estado; su propósito era lograr la uniformidad nacional a base de imposición ideológica y manipulación histórica, algo incompatible con la realidad del país.
En 1966 parecía que el régimen quería dejar atrás los años más duros al promulgar una ley de Prensa e Imprenta más liberal, conocida como “Ley Fraga”, apellido del ministro de Información de la época. La nueva legislación, a pesar de quitar la censura previa, resultó muy limitada. Se creaba el recurso de la consulta voluntaria y las publicaciones, una vez impresas, estaban sujetas a un control riguroso basado en el artículo 2º de la ley, “acatamiento de las Leyes Fundamentales, el respeto a las personas e instituciones, el orden público y la moral”. En la práctica, la norma posibilitaba la imposición de sanciones económicas, el secuestro de ediciones y el cierre del medio; amparaba la arbitrariedad de los censores y propició un aumento de la autocensura entre los creadores.
¿Quiénes eran los censores? ¿Cuáles eran sus métodos de trabajo? En la primera época, los censores fueron universitarios y académicos cercanos al régimen; con el paso de los años fue derivando en un cuerpo de funcionarios mediocres sin formación ni criterio. Como ejemplo está el caso de Camilo José Cela, que ejerció como “censor de revistas” en la década de los años cuarenta y fue, como publica Julio Rodríguez Puértolas en su Historia de la literatura fascista española (1986), aspirante a confidente de la policía franquista. Su carrera literaria estuvo apoyada por Juan Aparicio, impulsor de la censura desde el cargo de Delegado Nacional de Prensa. Otro escritor censor, Pedro de Lorenzo, director de periódicos del Movimiento (El Diario VascoLa Voz de Castilla y abc), sugirió en 1952 prohibir un ensayo de Ricardo Gullón sobre Luis Cernuda porque el poeta es-tudiado era contrario a principios básicos del régimen franquista: “religiosos: es blasfematorio; morales: es uranista, y políticos: es rojo”. (Censura y creación literaria en España, Manuel Abellán, 1980). Curiosamente, ambos autores sufrieron en propia carne la dureza de la censura, Cela en su libro La colmena, y De Lorenzo con su novela La quinta soledad.
A pesar de toda la legislación al respecto, no existía un marco jurídico claro. Se eliminó todo lo que no interesaba que fuese difundido y la censura se imponía con criterios heterogéneos que dependían principalmente del propio censor, de sus prejuicios ideológicos o morales y, en buena medida, de su carácter y estado de ánimo.

Los datos

No se debe leer, más que por inmoral, que lo es bastante, por repulsivamente realista.
Ecclesia (núm. 140, marzo de 1944)

Los archivos que conservan los expedientes de la censura franquista dan a conocer los casos particulares en los que ésta intervino a lo largo de los años. Reseñamos algunos datos como referencia de su actuación en diferentes ámbitos.La libertad de expresión fue coartada con un severo sistema de sanciones. A partir de 1966, algunos periódicos aprovecharon el ligero relajamiento de la censura para ejercer una cautelosa oposición al régimen que, muchas veces, les deparó multas o suspensiones. El diario Madrid fue cerrado definitivamente por orden gubernativa en 1971; revistas como ÍndiceTriunfo,Cuadernos para el Diálogo o Ajoblanco, entre otras, fueron clausuradas temporalmente. Es llamativo el caso del semanario Sábado Gráfico que en agosto de 1976 hizo un recuento de las sanciones padecidas en sus últimos años: veinticinco expedientes, diecisiete secuestros de edición y dos suspensiones de cuatro meses cada una. Revistas satíricas como La Codorniz y Hermano Lobo eran multadas por hacer periodismo humorístico opuesto al régimen, y fueron refugio de notables “moneros’” Mingote, Máximo, Forges; Perich, Chumy Chúmez, Summers y Ops, entre otros. Cada semana, en su segunda página,Hermano Lobo publicaba la sección “7 preguntas al lobo”, la última de ellas siempre cuestionaba:“¿Cuándo desaparecerá la censura cinematográfica?”, y el lobo respondía: “El año que viene si Dios quiere.”
Literatura, radio, cine y televisión, música y espectáculos públicos, sufrieron los rigores de la censura franquista. El editor y escritor Carlos Barral da el siguiente dato: el sesenta y cinco por ciento de los libros enviados al control de la censura entre 1960 y 1961, fueron prohibidos. En el terreno de la poesía: autores como García Lorca y Miguel Hernández, asesinados por el régimen, no podían ser publicados; la obra de poetas trasterrados –Altolaguirre, Cernuda, Emilio Prados o León Felipe, entre otros– tardó muchos años en ser editada en España, y poetas del exilio interior, como Blas de Otero o Gabriel Celaya en ocasiones tuvieron que publicar en el extranjero. Otro dato: la Poesía, de Pablo Neruda, que se edita en dos tomos en 1974 (Noguer), aparece sin varios capítulos de Canto general y Tercera Residencia.
Las compañías de teatro debían presentar las piezas que querían estrenar en la Junta de Censura de Obras Teatrales, y este organismo podía cambiar frases, escenas completas o prohibir las obras en su totalidad, además de alterar detalles de la escenografía, el vestuario o la música. Buero Vallejo, Alfonso Sastre y otros autores –Arrabal, Lauro Olmo o Carlos Muñiz–, tuvieron muchas dificultades para representar sus obras.
El cine español fue sometido a una doble censura, gubernativa y eclesiástica, que impidió su pleno desarrollo. El cineasta Juan a. Bardem escribió el artículo “Hay que destruir un laberinto”, donde responsabilizaba a la censura del lamentable estado del cine en España; el texto fue suprimido de la revista Índice en septiembre de 1952.
La censura cinematográfica prohibió o mutiló importantes obras del cine mundial que, además, estaban sujetas a un doblaje obligatorio. La obsesión de los censores de películas durante el franquismo eran el sexo y la política. Algunos datos curiosos: por medio de un doblaje manipulado la censura convirtió una infidelidad en incesto, al presentar como hermanos a Grace Kelly y Donald Sinden en Mogambo (j. Ford, 1953); provocó una muerte de doblaje en Las lluvias de Ranchipur (j. Negulesco, 1955), para hacer viuda a Lana Turner y ocultar su adulterio; introdujo una voz en off en las imágenes finales de Ladrones de bicicletas (v. de Sica, 1948), para trasmitir un mensaje feliz y esperanzador en una obra que pretendía lo contrario; suprimió diálogos de Casablanca (m. Curtiz, 1942) en los que Bogart decía haber luchado en defensa de la República española durante la guerra, y un largo etcétera de casos.
Con la música ocurrían cosas parecidas y la censura arremetía contra cantautores como Luis Llach, Raimon, Aute o Labordeta, a los que consideraba un peligro para el régimen. Los grupos y cantantes extranjeros eran sometidos a una censura estricta: se eliminaron o trastocaron portadas de álbumes de David Bowie (The Man Who Sold the World, 1969), los Rolling Stones (Sticky Fingers, 1971), y The Who (Who’s Next, 1971; Quadrophenia, 1973) entre otros casos. Un dato sorprendente: se llegó a elaborar un centenar de listas negras de temas musicales y más de 4 mil canciones fueron vetadas en radio y televisión.
La relación de datos sería interminable; sólo resta meditar sobre el incalculable perjuicio que la censura franquista ha provocado. Un trastorno que afectó durante décadas a millones de españoles que sufrieron la manipulación de su entendimiento: cuánto despropósito, cuántas secuelas sin remedio. Huestes de acólitos sin conciencia, a las órdenes de un dictador patético y detestable, persiguieron con odio y saña a quienes podían evidenciar las carencias de un régimen insostenible…, pero que fue sostenido por el militarismo represivo, el fanatismo religioso, el miedo y la ignorancia, durante casi cuarenta años. Es difícil no sentir coraje.
La única posibilidad que nos queda es recordar para que nunca más vuelva a suceder. Aunque, si consultamos el gran libro de la Historia, demasiados capítulos semejantes se han repetido periódicamente con distintos nombres en diferentes escenarios. Es difícil no sentir frustración 

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