12 de diciembre de 2017

Abigail Mejía fue víctima de sus «iguales»

Ylonka Nacidit Perdomo 
11 de diciembre de 2017



 

¿Para qué quiero mi vida

Abigail Mejía junto a su madre Carlota Solière de Wint
y su hijo Abel Fernández. Santo Domingo, 1939
si me están pisoteando,
y en un pedazo de pan
me dan la cruz del esclavo?
Prefiero dejar mi vida
en las ramas del naranjo.
para que el viento lo mueva,
que no la muevan los amos.
Para que el viento la lleve
como la vela de un barco:
aire convertido en copla,
vida convertida en látigo.
ANÓNIMO VALENCIANO, 1767.
«Ya no hay renacer, ya no hay esperanzas que me entretenga. Estoy como aquella a quien se le ha muerto cuanto alegría. » ABIGAIL MEJÍA
[Nota en su Diario7 de octubre de 1929].
A las escritoras, o a las que se asumen pensantes, les ha costado siglos construir su identidad. La identidad es la única “realidad” que está fuera del espacio aguijoneado por el deseo, y del espejo mínimo del porvenir. Pero sucede que en el transcurrir, en la experiencia vital, y acaso en la multitud de impulsos, otras le dan muerte a la identidad de sus «iguales» sin ningún pretexto posible que no sea el superego.
Por siglos, el sujeto denominado mujer se ha enfrentado a un destino que se puede llamar incierto. Ha tenido que enfrentarse a encarnizadas enemigas, a expresiones humanas de éstas desfavorables para la convivencia, confusas, incompatibles con el deber ser. Cualquier otra daña a la memoria colectiva, no por accidente, sino por rivalidades. Han existidos entre mujeres rivalidades intelectuales memorables, y algunas artificiales. Pero lo que sí es cierto, que siempre hay una que le arruina la vida a la otra, que la persigue descarnadamente, que disocia a los grupos, que se introduce en círculos de estudios para imponer su tendencia de control, sus opiniones, y su lema “divide, y vencerás”. Esas imprevistas «iguales», llegadas tardíamente al encuentro, al grupo que avanza para renovar revolucionariamente la existencia de la mujer, son las que engendran la miseria espiritual más absoluta, las que se apropian del equipaje de sus sueños comunes que se ha ido armando, para imponer con subterfugios su dominio.
Esas «iguales» crueles, ansiosas de poder, sagaces con maldad, que desarrollan de manera inesperada todas las formas de trueques para vender su identidad son las que traicionan las causas nobles de las mártires, las causas de los grupos, de su generación, y por supuesto, las causas nobles de los pueblos. Estas «iguales» con traumas emocionales, con ansias de “crecer”, de tener notoriedad sin importar los medios, no saben lo que cuesta sembrar en las rocas. Enceguecidas por la ambición, por la ilegitimidad usurpada de un status en la Historia oficial, bloquean a su alrededor que se reconozca el valer de otra.
Esta situación enteramente conocida, destructora de identidades, ocurre en todos los espacios y escenarios (en la academia, en las artes, en las ciencias, en el accionar político, en la literatura) donde quiera que exista una disputa por dejar o “imponer” sus huellas las féminas.
Así vemos que, en la Historia oficial por la lucha de los derechos de las mujeres de la República Dominicana, el nombre de  Abigail Mejía [1] no existe, no se recuerda, no se enarbola, o prácticamente se desconoce, o como he escrito anteriormente: no fue legitimado por el poder político, el sistema patriarcal o su grupo de clase. ¿Qué ocurrió? Ocurrió que Abigail Mejía fue víctima de sus «iguales»
Entiendo que, los mitos contemporáneos se entrecruzan de manera incierta, que las miradas que estudian la Historia es rígida, o sin ornamentos cuando se le da el mandato de dividir momentos estelares en los cuales el sujeto femenino ha actuado. Confieso que, ser «mujer» aun no sé lo qué es. Quizás sea un término, una psiquis, una esencia sin arcano. Ser «mujer» puede que sea una construcción fálica. Un sintagma defectuoso que se escribe, que se razona de manera opaca en el mundo, como una alusión lúdica, como una invisible existencia quebrada por la línea del azar. Ese «sujeto» humano que ha reprimido por siglos sus emociones, que gobierna la diestra y siniestra del misterio, aun no es posible descifrar. Pero sé que hierve en rebeldía, que no se agota, que no hace acuerdos con las partículas de la atmósfera, que está irremisiblemente condenado sin consternación a que la Historia no lo haga protagonista.
Las memorias son sombras que nos persiguen. El tiempo, una ilusión que se inventa. Memoria y tiempo oscilan entre la ambigüedad, se perciben, quizás, como un punto cronológico que se lanza hacia la idealidad.
¿Las mujeres intelectuales son víctimas o no de sus «iguales», de otras que le causan amargas experiencias, que provocan que su identidad sea sustituida por las menos capaces?
Se asume, se dice, que la identidad femenina está fragmentada, narrada en cuarta persona, si acaso; novelada en una libreta de apuntes que se declara perdida. Y no existen, pues, las hadas que ayuden a encontrarla. Sólo los ojos de otras «iguales» que miran con odio, con envidia, de manera avasallante, porque sufren de la enfermedad del delirio.
A veces, he creído que el azar se vuelve un árbitro del destino. Entiendo que el azar trae sus exigencias, su tiránica terquedad. Se hace un juguete de sorpresas. Otras veces es un monstruo, un problema, una red onírica, intrigante porvenir, verdugo, incansable codicia, infamia, ávida vanidad, áspera apariencia.
¿Por qué he escrito estas cosas? ¿Por qué hacer nacer estas palabras? Porque simplemente, es falso que la solidaridad entre las mujeres exista. Muchas lo que hacen es simular esa solidaridad bajo un abanico de yoes que las liga en sus existencias. La solidaridad no se práctica entre las mujeres ni en los detalles de la vida cotidiana, sino la competencia. Es sinónimo solo de encuentro o coincidencias temporales, de “opción”  para conversar sobre asuntos distintos en ambientes distintos. Así como se habla despectivamente de hombrecillos, entre ellas, las «iguales» se hablan también despectivamente de mujercillas.
El orden político, la fuerza legal de coerción que se da en la sociedad está llena de «iguales» que simulan practicar la solidaridad. Pero realmente, lo que sucede es que, en lo colectivo presumen de redentoras, de conductoras que ejercen su ambición inescrupulosa con la serena sonrisa de la hiena. Abigail Mejía fue víctima de sus «iguales».
La Historia oficial está llena de «iguales» devotas de los bienes materiales, del laudo comprado a través de dádivas, de hipócritas, de corruptas con cara sonriente y de mirada mordaz. La Historia oficial la hacen también las «iguales», y la dejan agonizante para que en el futuro no se puedan aclarar los enigmas. Es la Historia oficial (a la cual se suman las «iguales») la que ha secuestrado todo, la que ha abrumado a las conciencias, desde la cual se han escrito libelos contras las otras, la que ha hecho del pasado un anodino espejo. Ha sido esa Historia oficial que se practica aquí en las academias, en las universidades, en las escuelas, en los medios de comunicación, la que ha hecho que sea inaccesible re-escribir inequívocamente sobre esa abstracción metafísica que se llama la verdad.
La Historia oficial ha condenado al suicido emocional a muchas intelectuales que aguijonearon a la falsa realidad, y a lo ficticio del verbo. Muchas quedaron en la quimera, en la órbita vacía del silencio, muertas sin la grandeza de la eternidad, víctimas de la infamia para robarles el protagonismo y la identidad, seguras de que al borrar sus nombres, jamás la población del mundo recordaría ni siquiera a los escombros de su sepultura.
La vida -me digo- hay quienes la hacen de largas esperas o de esperas inmediatas. La espera inmediata se hace un arrebato, el vuelo de un ave de rapiña, un vuelo con cálculos erigido en el engaño, mutilando los sueños e ideales de quienes se saben a sí mismas puras, y están conscientes de que la humanidad toda, tiene un solo destino: la soledad de la muerte.
La única identidad auténtica que tiene la humanidad es la soledad, donde una se encuentra al final de cuentas con el orden infinito. Los demás es artificio, duendes sobre las manecillas del reloj, complejidad de enunciados, la vida hostil, los antagónicos de frente, la esclavitud a lo convencional, o las preguntas sin respuestas.
Abigail Mejía fue víctima de sus «iguales». No entiendo, por qué se vive en pugna, y unas quieren arrebatarle la identidad a las otras, frustrarle la autenticidad de su hacer, y en el mayor de los casos hurtarle la autoría de ideas, de acciones, de hechos.
Esta es una violencia invisible: la que se hace contra el pensar, y el hacer de las otras. Es la violencia ocultada, burladora de la identidad que extermina a la autoría, que se apropia de ella, que no está escrita en un código como la más infame violencia. Esa es la violencia que ejercen las «iguales» de la Historia oficial, las adversas a la incómoda verdad , que aun hoy no han quedado descubiertas, porque son cómplices del sistema para usurpar el destino de otra, y se forjan sobre la identidad de la otra.
No sé porqué en el fondo hay quienes pretenden vivir en la posteridad y/o para la posteridad mediante el engaño, sin dar siquiera asomo de culpabilidad. Cuántas han usurpado el pensamiento de otras de manera deleznable desde las sombras, a causa de su frustración de no tener la condición para el pensar, escribir, reflexionar o hacer.
Darle la espalda a una “amistad” que usurpa la identidad de otra es una acción de repudio, pero al mismo tiempo, la única forma de sobrevivir a la violencia invisible, la más bárbara del mundo, que descubre a los escarabajos en su estupidez de evadir el infierno de la nada.
La nada no es un suceso trivial. Es una línea donde no se guardan trofeos ni preseas materiales. Es el testigo oculto y ocular que construye las cárceles de las paranoias, de las encrucijadas. En la nada, donde lo temporal es en esencia performativo, el prisma del tiempo se erige en ironía, en ironía agonizante.
A veces, no es posible, o se hace muy difícil desanudar a la Historia oficial, puesto que es un montaje en el cual se escogen las fuentes para que los ingenuos la crean cierta. Sin embargo, es cierto que, los accidentes de la Historia y en la Historia existen, y se oponen al «sistema falo-logocentrista».
He comprobado en todo este tiempo que llevo escribiendo, o tratando de aprender a escribir, que
al «sistema falo-logocentrista» se pliegan las «iguales», esas   que en lo colectivo lo asumen como omnisciente, aferrándose a la artificial identidad que le otorgan, en el cual ellas deben sobrevivir a toda costa, sin desmayar, sin caer en vértigo, sin iniciar procesos de búsquedas; puesto que son éstas las que se hacen cómplices del poder del lenguaje del falo, sin borrar las evidencias de su sumisión.
¿No es posible acaso que, en el mundo, en el mundo nuestro, pueda renacer un ser distinto al que está ahora, aun en cautiverio de los imaginarios de las «iguales»? –No tengo respuesta, pero sí sé que desde los imaginarios las «iguales» evaden a la “realidad”
NOTA
[1] Abigail Mejía «en las primeras décadas del siglo XX su pensamiento feminista causó gran impacto, provocando diversas polémicas en los círculos políticos e intelectuales conservadores de la época en la República Dominicana. Escribió y vivió para las causas de la mujer. Fue además una enjundiosa investigadora de la lengua castellana y excelente prosista.
Manuscrito de Abigail Mejía sobre Gabriela Mistral. Junio 22 de 1931
«La notable humanista, feminista, políglota, maestra, biógrafa, y mujer de letras, Abigail Mejía (1895-1941) iluminó la conciencia nacional y trajo al país las nuevas corrientes enciclopedistas que en la vieja Europa eran el paradigma de la igualdad social, política, económica y cultural de la persona. En 1933 da a la luz pública el volumen de su tratado ideológico denominado Ideario Feminista donde planteaba las acciones, vías, medios y estrategias para que la mujer alcanzara su condición de ciudadana, y, por ende, de sujeto portador de derechos.
«Correspondió a esta insigne intelectual educada en Barcelona por María Montessori, graduada de Maestra Normal en 1919, dirigir las jornadas patrióticas en contra de la intervención norteamericana de 1916, fundar el Club Nosotras en 1927, la Acción Feminista Dominicana en 1931, ser la precursora de redactar las propuestas de reformas al Código Penal Dominicano en 1932, así como crear las primeras escuelas nocturnas para obreras, y organizar el Voto de Ensayo de la mujer dominicana en 1934 donde votaron 96,424 mujeres, marcando un hito en todo el continente». [YNP en Abigail Mejía, «Fotógrafa», Clave Digital].
En 1933 Mejía fue designada delegada del país por la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) para participar en la Séptima Conferencia Internacional Americana a celebrarse en Montevideo (1933) para presentar un informe sobre los derechos, la emancipación de la mujer y las reformas constitucionales pendientes. No puedo asistir. Abigail Mejía fue acusada ante Trujillo por sus «iguales» de establecer relaciones internacionales y diplomáticas sin “su permiso”. Minerva Bernardino viajó, entonces, a Uruguay como representante oficial del gobierno de la tiranía.
Carlota Solière de Wint, Mimi, Blanca y Abigail Mejía Solière. Barcelona, 1912
Mejía escribió la primera Historia de la Literatura Dominicana(Santo Domingo: Imprenta Caribes, 1937) el primer compendio publicado que establece en el siglo XX un canon literario nacional.
Las fotografías y manuscritos inéditos que acompañan este artículo se divulgan con autorización expresa del Dr. Juan Justo Fernández Martínez y la Dra. Raquel Abigail Fernández Nivar, herederos universales del patrimonio documental de Abigail Mejía
®Tomado de acento.com.do

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