
Entre sus mayores y más conocidos éxitos aparecen la novela Entre Marx y una mujer desnuda, publicada en 1976, que fue llevada al cine en 1996 por el realizador ecuatoriano Camilo Luzuriaga.
Su primer libro Ecuador amargo fue publicado un año después y recibió comentarios de Pablo Neruda y Carlos Drummond de Andrade. Se desempeño también como redactor cultural del Diario del Ecuador, de Quito, colaboró con numerosas revistas latinoamericanas de cultura y fue profesor de literatura en diversas instituciones. Publicó otros libros de poesía, entre ellos Notas del hijo pródigo (1953) y Relato del extranjero (1955), y uno de ensayos críticos Poesía del siglo XX, que abarca estudios sobre Paúl Valery, Rainer María Rilke, César Vallejo, entre otros. En 1960 obtuvo con su obra Dios trajo la sombra, tercer volumen de los cuadernos de la tierra, el premio de poesía en el primer Concurso de la Casa de las Américas de la Habana. Posteriormente, publicó el cuarto volumen, El dorado y las ocupaciones nocturnas. Ha traducido al español la poesía de T.S. Elliot, Langston Hughes, Jacques Prévert, Yannis Ritsos, Vinícius de Moraes, Nazım Hikmet, Fernando Pessoa, Joseph Brodsky, y Seamus Heaney.
POESIA DE JORGE ENRIQUE ADOUM.
No es nada, no temas, es solamente América
Cuando supe
(porque yo soy así, aquel que se levanta
a golpes, se desentierra, se pone el cuerpo
que dejó en la silla, la esperanza que ya no
le servía sino como una mala dentadura,
y sale, más bien se saca, para ver cómo han ido
los días de allá afuera, cómo sigue la insolente
estatua de los dictadores, casco arriba y casco
abajo, animal de baraja, poniéndose mala
madre por su cuenta, mala hostia en el verano
enamorado, mala piedra en su rocío, su memoria,
solo para que tropiece el desterrado, caiga
apenas, a duras penas, crea que se equivoca,
que no tiene razón en su raíz)
me desperté
asustado. En dónde estoy, grité, después
de tanto esfuerzo, hasta cuándo
es antes todavía, cómo me llamo
entonces, para qué me llamo.
(Porque todo
olía a siempre, a sufrimiento viejo, muerte
de ayer que no valió de nada, absurdo
en que han quedado restos de la telarañada
cena, y todavía, todavía hay que poner
la mesa, camareros, perezosos profetas
consuetudinarios, ponerle voluntad al pan,
servir el desayuno de los pobres, sin tanto
regresar a hoy, error de fecha, digo,
y tantos siglos sin lavar la servilleta.)
Y no pude seguir desaprendiendo a pura
historia, y no pude apretarle el cinturón
al corazón para que aguante. Mejor nos fuimos,
prójimo y yo, a rehacer lo roto, los vestidos,
a preparar las vísperas.
Aún no he vuelto
y no sé cuándo volveré a morir: no tengo tiempo.
© Jorge Enrique Adoum
(Ecuador, 1926-2009)
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