27 de enero de 2016

Nave Sorda



NAUFRAGIOS
“¿Qué cargan las hojas para dormir sobre las aguas?”
Elizabeth Schön
1
En la doble autopista del deseo, yo voy
porque tú vienes. No hay salidas
ni escapes de las rutas. No hay
vuelta atrás en este viaje unívoco. Vienes
y voy en un haz, encendidos,
cuerpo a cuerpo.
2
No hay pasión más encendida
que este vuelo hacia tus rosas; no hay luz,
sólo ardes tú, mi sol que no derrite alas.
Sacude de un tirón el mar y la distancia,
que en mi pecho el agujero de tu adiós
duele mis alas hasta el desgaste.
3
Perdido en el celaje de tus ojos,
voy de traspiés en traspiés,
luz desgajada por los vanos del río,
asido al pelo insano de Lucrecia,
dulce veneno que me ata,
aunque me vaya.
4
Bebe y escancia mi veneno,
voy sin rumbo,
voy sin freno en esta alfombra roja.
Si llego, si es que llego,
enciende una canción
o apaga con tus llamas la sed...
5
En la acuarela de mi sombra
hay tonos para retocar tu olvido.
Pulsa el pincel
y como un ángel, retornará
tu nombre a tu memoria.
6
Perdido, ardido, en la masmédula
de tus laberintos, tu voz me sopla la canción;
asido al eslabón de tu gorjeo, floto,
persisto y me salvo
de la abulia de mi muerte, herido.
7
Morir en tus entrañas, dices,
como si fuera el castigo que inventó algún dios.
Será el infinitivo, el verbo que me salve,
lo mismo que nacer desde adentro de ti
después del tiempo
complementario,
con el balón en nuestra cancha.
8
Si me vieras, si estuvieras aquí, desnuda
de ese velo en do o en fa
que baña su silencio
en el piano de tus ojos, cantaras
la canción que abate el frío
y la distancia.
9
No tejo,
no escribo;
danzan mis dedos
sobre las baldosas
del teclado,
a un ritmo ciego audaz
bolero y malandrín, ausencia.
10
...y, si es que vuelves,
ondea suavemente el abanico,
y canta una canción.
La que tú sabes.
11
Cuando introduces el pincel,
y sacas música
de las branquias de los peces
o del lamento de los ahogados,
canta el río su canción más suave.
12
Sueno el tambor;
abro una gaseosa o la ventana,
y me bebo el silencio
de la llovizna de allá afuera,
o el silencio de los locos
o el de los atabales, negro bien negro.
Un silencio que lo apaga todo
y es bueno hasta para el olvido.
13
Como gaviotas
vuelan los olvidos, y se alejan,
sin llegar a perderse en el baldío,
llevándose jirones
y descarnaduras entre las uñas.
Tristes, asonantes
y dolidos acordes de guitarra
que se entreveran
en las tangentes y secantes
del naranja que se baña
o destiñe en los mares de la tarde.
14
Espántame la codorniz del miedo,
alza la cruz del sur para este norte torpe
que desafina mi violín de luz tardía,
y ciega mi escopeta zurda de asolar manglares;
dame un trago de sed,
y viérteme ardiendo en tus riberas.
15
No traje nada preparado,
vine solo con la intención de pintarte
una acuarela en el azul o soplarte
una sonata casi gris o decirte
no sé qué con no sé cuáles
sustantivos y adjetivos o mirarte
o mirarme en tus ojos en la bruma
o decirte o no decirte nada
que lo es todo.
René Rodriguez Soriano
© Nave sorda (2015)

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