6 de septiembre de 2009

Ultimo encuentro con Borges

"Hay
quienes no pueden imaginar un
mundo sin pájaros; hay
quienes no pueden
imaginar un
mundo sin
agua,
en
lo que a mi se refiere soy
incapaz de imaginar
un
mundo sin libros”


En la calle Arenales al 1700, en Buenos Aires, hay una pequeña librería; en ese pequeño local el 27 de noviembre de 1985, con el pretexto de un homenaje se inauguraba una muestra de todos los libros de Jorge Luis Borges en primeras ediciones.

La tarde del 27 de noviembre, luminosa y cálida, había congregado a un grupo de amigos y admiradores de Borges, que sin saberlo lo estaban despidiendo de su Buenos Aires natal. Curiosamente este hombre incapaz de imaginar un mundo sin libros y que muy temprano había descubierto que su destino sería literario, se despedía de su ciudad amada en una librería.

Nadie más que él, supo esa tarde que aquella reunión era una despedida.

¿Quién podía imaginar Buenos Aires sin Borges? ¿Quién podía pensar que Borges no era inmortal?

Un bibliófilo amigo, había aportado su completísima colección para poder hacer la exposición. Borges la inauguraba con su presencia. Como se trataba de un homenaje, se había dispuesto no hacer nada que no le gustara. Al principio, él mismo aclaró, que no conservaba sus primeras ediciones y que, como Oscar Wilde, preferí las segundas y terceras. Cuando se le explicó que se tenían todos los libros , se sorprendió de que hubiera gente en el mundo que se preocupara por conservarlos.

Esa tarde, el pequeño recinto parecía no poder contener la grandeza de ese hombre. Sencillo, afable y hablador, compartió aquella tarde con un grupo de amigos y admiradores. Grande fue su alegría al encontrarse después de mucho tiempo, con su amigo Adolfo Bioy Casares., Rápidamente retomaron su proverbiales diálogos, llenos de humor, riqueza y fina ironía, y hasta tuvieron tiempo de consultarse frases y palabras que habrían de escribir.

El ajedrez, las librerías, Buenos Aires, sus viajes, fueron temas que surgían de sus labios mientras firmaba sin ver los libros que le acercaban y que inevitablemente preguntaba cuál era, para agregar algún comentario sabroso: "Historia universal de la infamia....pensar que cuando escribí este libro no sabía qué era la infamia. Después la vida me lo enseñó".

Así fue transcurriendo el tiempo, en ese clima de encantamiento y fascinación que provocaba su sola presencia.

Cuando llegó el momento de irse, se despidió diciendo que pasaría Navidad en Italia y que luego iría a Ginebra. Nadie le creyó cuando dijo que no volvería. Sin saberlo, ésta habría de ser su última tarde en Buenos Aires , como él seguramente, siempre hubiera querido: con amigos y entre libros.


®redargentina.com

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