Paul Auster nació en Newark (Nueva Jersey) en 1947 en una familia judía de origen polaco: los recuerdos familiares de esos ancestros alimentan unas cuantas páginas de Baumgartner. Estudió literatura francesa en la Universidad de Columbia y vivió largamente en París. Su relación con la literatura francesa se refleja en sus ensayos y en La invención de la soledad, donde además de recordar la obra de Pascal y de Mallarmé, evoca su relación con el poeta Francis Ponge, a quien tradujo.
Autobiografía del ojo
Cosas invisibles, enraizadas en el
frío, creciendo
hacia esta luz
disipada
en todo lo que alumbra. Nada
tiene fin. La hora regresa
al comienzo de la hora
en que respiramos: como si
nada fueran. Como si yo
no pudiera ver
nada
que no es lo que es.
En el límite del verano
y su calidez: cielo azul, colina púrpura.
La distancia
que sobrevive.
Una casa hecha de aire, y el flujo
del aire en el aire.
Como estas piedras
que se deshacen sobre la tierra.
Como el sonido de mi voz
en tu boca.
Desapariciones
1. Empieza de nuevo, a partir
de la soledad:
como si ahora respirara
por última vez,
y es ahora, por tanto,
cuando respira por vez primera
más allá del abrazo
de lo singular.
Vive, y no es por tanto
sino lo que se aloja
en el insondable hueco
de su ojo,
y lo que ve
es todo lo que no es: una ciudad
del hecho
indescifrable,
y, por tanto, un lenguaje de piedras,
pues sabe que en el total de la vida
una piedra
dará paso a otra piedra
para hacer un muro
y que todas esas piedras
formarán la monstruosa suma
de pormenores.
* * * * *
3. Oír el silencio
que sigue a la palabra de uno mismo. Murmullo
de la más mínima piedra
tallada a imagen
de la tierra; y que los que
hablen
no sean más
que la voz que los habla
al aire.
Y dirá
de cada cosa que vea en este espacio,
y se lo dirá al muro mismo
que crece ante él:
y también para esto
habrá una voz,
aunque no será la suya.
Incluso a pesar de que habla.
Y porque habla.
* * * * *
5. Frente al muro
adivina la monstruosa
suma de pormenores.
No es nada.
y es todo lo que él es.
Y si él
nada fuera, déjalo empezar
donde se encuentre a sí mismo,
y como cualquier otro hombre
que aprenda el habla del lugar.
Pues también él
vive en el silencio
que viene antes de la palabra
de sí mismo.
* * * * *
7. Está solo. Y desde el instante en que empieza a
respirar,
no está en ningún sitio. Muerte plural, nacida
en las mandíbulas de lo singular,
y la palabra que
construiría un muro
a partir de la piedra
más interna de la vida.
Pues nada: de lo que habla
es él;
y a pesar de sí mismo,
dice yo, como si también él
empezara a vivir en todos
los otros
que no son. Pues la ciudad es
monstruosa, y no hay en la boca
fugas
que no devoren la palabra
de uno mismo.
Por tanto, están esos muchos,
y están
todas esas vidas talladas
en las piedras de un muro,
y aquel que fuera a respirar
aprenderá
que no hay más destino
que éste.
Por tanto, empieza de nuevo,
como si, por última
vez, respirara.
Pues no hay más tiempo. Y lo que empieza
es el final del tiempo